Agrela, Santa Mariña de Parada, en el municipio de Ordes (A Coruña), 26.II.1773 – Puebla de los Ángeles (México) p. t. s. XIX
Entre 1803 y 1806 la Real Expedición Filantrópica de la Vacuna dio la vuelta al mundo con el objetivo de llevar la vacuna de la viruela a los territorios de ultramar. Esta expedición española, que permitió salvar miles de vidas humanas, es considerada la primera misión médica internacional y el primer programa oficial de vacunación masiva realizado en la historia.
Francisco Xavier Balmis, director de la expedición, contrató a Isabel Zendal con un sueldo igual al que disfrutaban los varones de su formación y funciones, para garantizar que la vacuna se mantendría viva durante la travesía mediante la inoculación escalonada en el propio cuerpo de un grupo de niños. Zendal fue el último expedicionario que se incorporó al convoy humanitario y acompañó a la Expedición durante toda la travesía.
La profesionalidad en el ejercicio de su trabajo nos sirve hoy para recordar uno de los mayores hitos de la medicina preventiva y social y de salud pública que ningún país haya llevado a cabo jamás.
De la infancia de Isabel Zendal Gómez se sabe poco. Las investigaciones realizadas desde 1999 nos han ido demostrando la certeza de su apellido y de su nacimiento. Hija de Jacobo Zendal e Ignacia Gómez. Durante la epidemia de viruela de 1786 pierde a su madre y tiene que abandonar una casa familiar con pocos recursos para ponerse a trabajar. El 31 de julio de 1793, nació su hijo Benito Vélez. Por tanto, cuando tiene 30 años sabemos que era rectora de la Casa de Expósitos de la ciudad de La Coruña y que tiene un hijo, que unas fuentes dicen que era natural y otras que era adoptado.
Aunque inicialmente no se contempló su la participación de una mujer en la Real Expedición Filantrópica de la Vacuna, la experiencia del viaje desde Madrid a La Coruña y el fallecimiento de uno de los niños que llevaba la vacuna en sus brazos desde la capital al puerto coruñés, obligaron a tomar esta decisión. La Expedición Filantrópica necesitaba una mano femenina que inculcara confianza en los niños y les ofreciera el cariño maternal que necesitaban. El 14 de octubre de 1803, mes y medio antes de la partida de la Real Expedición, Francisco Xavier Balmis, su director, la contrata con un sueldo igual al que disfrutaban los varones de su formación y funciones, tres mil reales con destino a su habilitación y un sueldo de quinientos pesos anuales. Fue el último expedicionario que se incorporó al convoy humanitario.
Fue contratada en calidad de enfermera. Los enfermeros no tenían funciones médicas específicas. Se encargarían de cuidar del buen orden de los niños, tanto en tierra como en el mar, además cuidarían de la limpieza y del aseo de los niños y de sus ropas. Evitarían que los niños se extraviasen y procurarían que conservaran el buen orden que se requiere en una expedición de estas características y los asistirían en todo momento con amor y caridad. Los enfermeros siempre estuvieron subordinados a las órdenes del director y tenían que informarle directamente de las incidencias que ocurrieran en la salud de los niños, para que se aplicara el remedio conveniente y no se pusiera en riesgo la cadena profiláctica. Además, la rectora tenía unas funciones privativas y específicas: cuidar, acompañar, entretener y serenar a los niños durante el viaje.
La participación en la Real Expedición Filantrópica de la Vacuna supuso a la rectora un reconocimiento social de su trabajo y le facilitaría salir de un entorno limitado y estricto, permitiéndole conocer otros contextos y tener nuevas experiencias. Podría rehacer su vida sin el lastre de su historia.
Después de todos los preparativos, la corbeta María Pita parte del puerto de La Coruña el 30 de noviembre de 1803. Su casco portaba veintidós niños, entre ellos Benito Vélez, que fueron utilizados para transportar la vacuna brazo a brazo durante la travesía por el océano Atlántico. Su profesionalidad en el ejercicio de su trabajo recibió los elogios de los expedicionarios y los documentos la definen como: “abnegada rectora”, “madre de los galleguitos” y “mujer de probidad”.
La rectora acompañó la Real Expedición durante toda la travesía por el Atlántico. El convoy humanitario llegó a Canarias el día 9 de diciembre de 1803 y el día 6 de enero de 1804 se inicia el paso del Atlántico. Llegan a Puerto Rico a principios del mes de marzo; pero, como la vacuna ya se había establecido en la isla y conocen las dramáticas noticias de los estragos de la viruela en el territorio de la Nueva Granada, el director decide adelantar la salida de la expedición rumbo a la Capitanía General de Caracas, donde llega el 20 de marzo de 1804.
Cuando el director conoce las grandes distancias a recorrer y la necesidad de abarcar más cantidad de territorio en menor tiempo, divide la expedición en dos. Una, dirigida por José Salvany y Lleopart, tomó rumbo a América Meridional y la otra, dirigida por Francisco Xavier Balmis, siguió rumbo a América Septentrional. A este último grupo fue asignada la rectora y su hijo.
La expedición dirigida por Balmis llegó a la capital novohispana el día 9 de agosto de 1804. La Rectora y los niños se instalaron en el Hospicio de la ciudad de México. Allí se quedaron los niños procedentes de Galicia y la Rectora trabajará en el hospicio de México, mientras que los miembros de la Expedición vacunaban por todo el territorio del norte novohispano.
Después de los distintos viajes y de cumplir su cometido, se reunieron todos el 30 de diciembre de 1804, con el fin de comenzar los preparativos para la travesía del Pacífico.
El 7 de febrero de 1805, a bordo del navío Magallanes, partió la Expedición dirigida por Balmis con la rectora, su hijo y veintiséis niños mexicanos para hacer la vacuna brazo a brazo. Después de un viaje accidentado, los expedicionarios arribaron al puerto de Manila el 15 de abril de ese mismo año. Al igual que ocurrió en México, la rectora se instaló en el Hospicio de Manila y allí cuidó a los niños mexicanos.
La complejidad geográfica del archipiélago filipino demoró la propagación de la vacuna. Todos los expedicionarios, menos el director, volvieron a Acapulco el día 14 de agosto de 1809. Los problemas políticos y las primeras luchas por la Independencia les impidieron regresar a la Península. El grupo se desmembró y la rectora se quedó en Puebla de los Ángeles con su hijo. Del final de su vida conocemos poco. Lo último que sabemos de ella es que en 1811 continuaba solicitando una pensión de 3 reales mensuales a la que tenía derecho su hijo por ser uno de los niños de número que vino con la vacuna y no se la pagaban las Cajas Reales de Puebla donde se hallaba viviendo. Se desconoce la fecha y el lugar de su muerte.
Susana María Ramírez Martín
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