Juan Pablo Bonet

Juan Pablo Bonet

EL CASTELLAR (ZARAGOZA), C. X.1573 – MADRID, 2.II.1633

Funcionario de la Corona española, secretario real en diferentes despachos, pionero en la enseñanza de maestros de sordos

Por imperativo sanitario, es obligatorio el uso de mascarilla como medio para controlar la propagación del COVID-19. En nuestra nueva rutina es incómodo portar este elemento profiláctico que, entre otras molestias, complica la comunicación. Para las personas sordas, que habitualmente leen los labios de los interlocutores, la incomunicación se hace todavía mayor al perder su facultad labiolectora.

Es buen momento para reivindicar la figura de Juan de Pablo Bonet, autor pionero de una innovadora propuesta pedagógica como fue su “abecedario demostrativo” encaminado a la mejora de la comunicación de personas sordas. Así, a principios del siglo XVII, desarrolló un método logopédico por el cual a cada letra del alfabeto le correspondía una postura concreta de la mano derecha creando un nuevo sistema de comunicación.

Hijo del soriano Juan de Pablo Cierreta y de la aragonesa María Bonet Guerguet, su familia fue una de las últimas que abandonó definitivamente la villa de El Castellar de Zaragoza en 1574, asentándose la misma, junto con otras familias, en Torres de Berrellen, la última aldea productiva de aquel señorío. El matrimonio tuvo un segundo hijo en 1579, Juan Martín, que falleció niño en 1583.

De la infancia de Pablo Bonet se conoce muy poco ya que, tras el prematuro fallecimiento de su madre en 1579, fue enviado a Madrid, “siendo muy niño”, acompañando de un criado de su tío Bartolomé. Pero sin que se tengan noticias sobre donde o qué estudios cursó, lo que abre la posibilidad de que pudiera haberlos cursado en alguna de las escuelas de pajes de la corte, ya que lo que llego a conocer y dominar el francés e italiano, de igual modo el griego, el hebreo o el latín.

En las postrimerías de 1604, entró como secretario al servicio de Juan Ramírez de Guzmán y Toledo, marqués de Ardales, en aquel momento capitán general de Orán, con un salario mensual de 40 escudos que nunca llegó a cobrar. Durante su estancia en Oran, Pablo Bonet tuvo una sociedad con Pedro Velasco, alcaide de la puerta Canastel de Oran, mediante la cual ambos se dedicaban a la reventa de esclavos procedentes de las correrías que se realizaban en aquella plaza. 

En 1607, fallecido su señor, regresó a Madrid, pasando a trabajar como secretario de Juan Fernández de Velasco, XI condestable de Castilla. En aquellas mismas fechas fue nombrado” entretenido” del capitán general de Artillería de España. El 19 de noviembre de 1607 Pablo Bonet contrajo matrimonio con Mencía de Ruicerezo, dama del entorno de la casa del condestable

Al morir el condestable en 1613, heredó su título su hijo Bernardino Fernández de Velasco y Tovar, un niño de cuatro años, del cual Pablo Bonet fue nombrado su secretario. La poderosa casa de los Velasco pasó a ser regida por su viuda Juana de Cardona y Córdoba y Aragón, que nada pudo hacer como madre cuando Luis, el segundo de sus hijos, contrajo a la edad de dos años una enfermedad que lo dejó sordo y como consecuencia, mudo. Aquella enfermedad fue la que provocó la intervención de Pablo Bonet en la educación de los sordos, al decidir hacer de maestro de aquel muchacho, trabajo que al final se plasmó en 1620, en su obra capital: Reducción de las letras y Arte para enseñar a hablar los mudos.

En dicha obra Juan Pablo Bonet, siguiendo la tradición gramatical de su tiempo levantó y defendió una innovadora propuesta pedagógica, que incluía un nuevo método de lectura para niños oyentes, o el enseñar la pronunciación castellana a los sordos, proveyéndolos de unos rudimentos de la lengua castellana. Para conseguirlo dio forma original a su arte, al convertirlo en un punto de intersección de la gramática latina y la castellana, fundiendo y sintetizando en él tres de los tipos de tratados gramaticales más de moda en su época: las gramáticas para extranjeros, las ortografías y las cartillas para enseñar a leer.

De aquel modo, su obra se convirtió en lugar de encuentro de la teoría gramatical y su aplicación práctica, de ahí que se mueva constantemente en el terreno de la lingüística aplicada, pero con unos objetivos eminentemente pedagógicos. De hecho, en la Reducción de las letras domina el principio pedagógico sobre la doctrina gramatical, con el fin de allanar el aprendizaje a unos alumnos que tienen una seria limitación física: la sordera.

La habilidad del aragonés para armonizar todos aquellos elementos hace que su obra sea un manual único dentro de la tradición gramatical, tanto del latín como del romance, al lograr que la doctrina gramatical se adaptara y resultara útil a un objetivo nunca antes perseguido: enseñar a enseñar a los sordos, pues su manual se dirige directamente a los docentes, con unas necesidades y exigencias muy diferentes.

Si a ello se la suma la “sensibilidad fónica” de la que hace gala, o la complejidad y perfección de sus descripciones articulatorias y acústicas, o su intuición de la sonoridad, además de los métodos empíricos que propone para apoyar las observaciones articulatorias y acústicas, para hacérselas percibir a los sordos, nos encontramos ante un tratamiento completamente insólito dentro de la tradición gramatical. Y por tanto muy diferente a las habituales.

De hecho, Pablo Bonet dirigió su interés primordial hacia el sonido, de ahí que compusiera por vez primera un tratado de fonética del castellano y una iniciación a la logopedia, o sentando la base de la todavía no concebida ortofonía, siendo capaz además de simplificar al máximo la teoría sobre las partes de la oración estableciendo un método para hacérsela accesible e inteligible a los sordos” Ver (E. Pérez Rodríguez).

En la misma obra también se reproducían unos grabados con un alfabeto manual conocido en su tiempo, en el cual a cada letra le correspondía a una postura concreta de la mano derecha, que en su forma imitaba la figura de las letras de imprenta en su forma cursiva, artificio al que puso por nombre “abecedario demostrativo”, sin afirmar en ningún momento que fuera su autor.

 “Sabido que tenga el mudo el abecedario de la mano muy bien”, se le enseñará a juntar las letras para formar sílabas, y a juntar éstas para formar palabras, que hará identificar con el objeto que tenga delante, “para que entienda que aquello que dijo es el nombre de aquella cosa”. Sigue luego desmenuzando las partes de la oración, hasta llegar a la comprensión de lo dicho, hasta “que entienda por discurso lo que hablare”.

En 1621 el rey Felipe IV envió al conde Monterrey a Roma, como embajador de obediencia ante el papa Gregorio XV, embajada que en el plano práctico obedeció a unas canonizaciones, en aquel viaje le acompañó como secretario accidental Juan Pablo Bonet. La ceremonia tuvo lugar el día 11 de marzo de 1622 y concluidas las celebraciones ambos regresaron a España vía marítima. En junio de aquel mismo año Pablo Bonet fue nombrado patrono de un convento de monjas franciscanas recoletas abierto en Alagón (Zaragoza), una villa cercana a su pueblo natal, donde además tenía parientes consanguíneos.

En 1626 al convocarse las Cortes de Aragón en Calatayud y Barbastro, con el objeto de solicitar el rey hombres y dinero, dichas Cortes acabaron finalmente presididas por el conde de Monterrey en representación del rey, y con Pablo Bonet como secretario real. Durante aquella misma celebración Pablo Bonet fue elegido promovedor y presidente del Brazo de los Hijosdalgo aragoneses, defensa de la causa real que le valió la enemistad de muchos de sus parientes y paisanos, y a la inversa le propició el poder ganarse el favor real.

A la conclusión de las mismas en julio del mismo año, las de Calatayud lo recomendaron para servir en la Secretaría del Consejo de Aragón, también lo recomendaron para la concesión del “hábito” de la Orden de Santiago. Concesión que se hizo efectiva con la correspondiente orden real firmada por Felipe IV el 14 de agosto de 1626, y donde por primera vez el rey lo calificaba como “mi secretario de la Corona de Aragón”.

El 12 de febrero de 1627, Pablo Bonet envió un memorial al rey suplicándole que después de veintiocho años de servicios ininterrumpidos, y como nunca había recibido una ayuda de costa, y al “encontrarse entonces en una gran necesidad”, “que se sirva hacerle la merced de un título de príncipe de Italia para ayuda a sus gastos”. Más en concreto, solicitaba ser nombrado duque. El rey firmó de su puño y letra el visto bueno del memorial y rebajando el título solicitado añadió: “Que sea marqués”.

Al año siguiente Pablo Bonet, esta vez acompañado de su esposa Mencía de Ruicerezo, volvió a viajar con el conde de Monterrey a Roma, momento en el que hizo testamento. Al pasar Monterrey a presidir el Consejo de Italia, Pablo Bonet lo acompañó haciéndose cargo de los papeles de la presidencia del Consejo, trabajo en el cual sirvió durante casi cinco años.

En febrero de 1631, por orden directa del rey, Pablo Bonet tuvo que regresar a Madrid, a dar cuenta de diversos servicios tocantes a la corona. Llegado a Madrid en abril de aquel año, quedó allí fijo al pasar a servir en el Consejo de Aragón, donde tuvo que hacerse cargo de los papeles de Cerdeña.

El 27 de octubre de 1631, Juan Pablo Bonet volvió a insistir al rey con otra nueva solicitud para que se le asignara un título de príncipe de Italia, solicitando entonces ser nombrado marqués, asunto que al parecer apadrinaba el duque de Alcalá.

Iniciando el mes de febrero de 1633, y cuando trabajaba en el reclutamiento de tropas para las campañas del Cardenal Infante, Pablo Bonet se encontró mal, y tras traspasar sus papeles a Joan de Sola, caballerizo del Cardenal Infante, falleció en Madrid el día 2.

En cumplimiento de su voluntad fue enterrado en el monasterio benedictino de San Martín de Madrid, quedando pendiente el traslado de su cuerpo al convento de monjas de Alagón, del cual era patrono, tal como consta en sus últimas voluntades.

Antonio Gascón Ricao

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