María Novella Rodríguez

María Novella Rodríguez

María siempre ha sido una amante de la lectura. Es la ganadora de los “V Microduelos de sangre de Luminaria 2022”, “Concurso de relatos de los museos de Aragón 2022” y finalista de la 60ª edición “Coca-cola jóvenes talentos de relato corto”, entre otros. Actualmente, compagina los estudios con la escritura de su primera novela de fantasía, que espera algún día llegue a vuestras estanterías.

Capítulo Uno – El viajero

 

¿Qué es el tiempo? Para la mayoría de la gente, es simplemente una magnitud con la cual se mide la duración o separación entre los sucesos. Para otros tan solo es la cuenta atrás para nuestro inevitable final. Albert Einstein escribió “La única razón para la existencia del tiempo es que todo no ocurra al mismo tiempo” Lo único que había sido acordado era que el tiempo existía en tres formas: pasado, presente y futuro. 

Que es lo único que está mal. 

Hay otra forma de tiempo cuya existencia la mayor parte de la población desconoce. Hay una forma del tiempo en la que las tres, pasado, presente y futuro, trascurren a la vez.  Así que, mientras tú esperas a que tu futura esposa en el altar, el tiempo está reviviendo aquella vez en cuarto de primaria cuando los pantalones se te rompieron delante de todo el mundo. 

Estos ciclos infinitos son lo que mantiene el tiempo estable, casi imperturbable. Pero raramente, algo que cambia en el pasado altera el presente. Tomemos como ejemplo a este niño corriendo por la decimoséptima avenida de Rochester, Michigan, en la tarde del cuatro de julio de 1977. Acaba de comprarse un helado y está volviendo a casa para ver los fuegos artificiales. Lo que ignora, es que en el anterior ciclo caminaba por la decimoctava avenida, y por este motivo, se tropieza y la bola de helado de vainilla acaba en el suelo. 

Este ligero cambio en el desarrollo de los eventos tiene un impacto en el futuro, tu presente. El hecho de que al niño se le caiga el helado hace que la pelota que la chica andando al lado tuyo iba botando desaparezca repentinamente. Tú no te diste cuenta y seguiste caminando. Ella probablemente pensó que había rodado debajo de un coche y no le dio más importancia. Y así es como debería ser. 

En menos ocasiones, el futuro tiene un impacto en el pasado. El hecho de que tu vecino decidiera ponerse hoy una camisa azul en vez de la blanca que había elegido en todos los ciclos anteriores hace que el perro del niño sobre el que hablábamos anteriormente ya no sea un Golden Retriever, sino un Pastor Alemán. 

Yo tenía seis años cuando conocí por primera vez al Viajero. Era un miembro de la OIST - Organización Internacional por la Seguridad del Tiempo. Era una organización tan antigua que la gente había olvidado que existía. Pero sus miembros preferían que eso fuera así, ya que, si su existencia fuera pública, la gente intentaría alterar su modo de vida para ver si eso cambia algo. Su trabajo era simple: observar esos ciclos una y otra vez desde un lugar fuera del tiempo y el espacio. Solo intervenían si era estrictamente necesario. 

Como ya he dicho, yo tenía seis años cuando conocí al Viajero, y él, bueno, él estaba a punto de cumplir 678. 

                                                                              ***

Mis padres fueron asesinados cuando yo tenía cinco años. Habiendo crecido leyendo los libros de Sir Arthur Conan Doyle, mi padre se convirtió en un prestigioso escritor de novelas policiacas. Era capaz de encontrar al malo en un libro en segundos. Una pena que nunca nadie hiciera lo mismo por él. 

Mi madre era costurera. Hacía las prendas más bonitas con las telas más humildes, remendaba las rodillas de mis pantalones sin dejar rastro de que alguna vez estuvieron rotos. Me entristece que nadie bordara un bonito final para su vida.

Como resultado, acabé en el Hogar para Niños de la Señora Harris. Para mí, la señora Harris era la mujer más fuerte de la ciudad de Londres en 1959. Cuando eres huérfano, todo el mundo te mira con pena en los ojos y murmuran cosas, pensando que no los oyes. Pero ella no era así, era diferente a cualquier otra mujer que jamás hubiera conocido. Nunca se casó y nunca tuvo hijos. En su lugar, compró un terreno en el centro de la urbe y se hizo cargo de una docena de causas perdidas. 

Los estragos de la segunda guerra mundial todavía eran visibles en los edificios y en la actitud de la gente. No había suficiente dinero para criar a doce críos, al menos ella lo intentaba. 

Pero una tarde, todos desaparecieron. 

Un segundo estábamos jugando en el patio, y al siguiente no había nadie conmigo. 

Esperé durante días sentado en la escalinata de entrada a que alguien viniera, pero nadie vino. Y un día, el orfanato ya no estaba allí. Me desperté tumbado en el suelo, con cables y tuberías a mi alrededor, pero las paredes, las camas, el techo, no estaban. 

En ese momento, llegó él. Bajito, viejo y vistiendo un traje negro, pensé que era la muerte que por fin estaba viniendo a por mí. Sabía lo que él estaba pensando. Mis pantalones debían ser cortos, pero no tanto. Con la camisa por fuera de la cinturilla de los pantalones y la vieja chaqueta de tweed debía parecer un niño indigente.

  • Estoy buscando a Michael Joseph Barrowman – dijo con una voz rasgada –. Y ese debes de ser tú, ¿verdad? 
  • La gente me llama Seph – le contesté. 
  • Bueno Michael Joseph, Necesito que vengas conmigo, se está haciendo tarde – añadió extendiendo una mano hacia mí mientras miraba un dorado reloj de bolsillo. 
  • No voy a ir a ningún lado. Y menos con un extraño. 
  • Entonces tendré que dejarte aquí, Michael Joseph. Solo. Sin comida ni mantas para taparte. Esperando a que tu tiempo se acabe. Ha sido un placer conocerte. – hizo un gesto con su sombrero fedora y comenzó a caminar en la dirección opuesta a mí. 

Por fuera podía parecer un niño duro, pero estaba asustado. Siempre había sido solitario, pero tener gente a mi alrededor me calmaba. Estaba enfadado y triste, pero, sobre todo, asustado. Me levanté despacio y cogí su mano. 

  • ¿Quién eres? – pregunté. 
  • Un viajero temporal – respondió. 

No sé qué hizo a continuación, pero de repente estábamos en una habitación de paredes recubiertas de madera. Me dijo que me sentara en el sofá, al lado de otra niña. Debía de tener unos cinco años más que yo. Era alta para su edad y tenía el pelo largo, rubio y liso. Sus ojos grises se movían a gran velocidad, examinándome. Lo primero que pensé es que vestía de una manera extraña. Llevaba unas medias rosas de tela fina y un jersey gris con capucha que parecía abrigar. 

El hombre nos dejó allí y mantuvimos el silencio unos minutos. 

  • Oye – dijo la niña para llamar mi atención –  ¿Cómo te llamas? 
  • Seph – contesté – ¿Y tú? 
  • Nalah – dijo felizmente. 
  • ¿Cuánto tiempo llevas aquí? – inquirí ansioso. 
  • Dos meses, puede que tres – respondió –. Ha sido divertido, pero quiero volver a casa.
  • Yo también – aunque no tenía muy claro a qué casa iba a volver, si ya no quedaba nada allí. 

Volvimos al silencio, hasta que ella dijo: 

  • Si nos hacemos amigos, podemos pasar el tiempo hasta que vayamos a casa juntos.

La miré sin saber qué responder. De donde yo venía, los niños no debían hacerse amigos. Debían esperar en silencio hasta que los adultos terminaran lo que estuvieran haciendo. Además, ella parecía ser de una buena familia, y yo era solo un huérfano.

Pero todo había cambiado en los últimos días, así que respondí: 

  • Sí.

Justo después el hombre volvió a entrar en la habitación. 

  • Espero no haberos hecho esperar mucho – la frase sonó extraña, pues era él quien nos había dejado allí hace escasos minutos –. En cualquier caso, ¿no queréis saber por qué estáis aquí? 

Sacudimos nuestras cabezas adelante y atrás. 

  • Primero necesito que me digáis vuestras edades – pidió. 
  • Seis – contesté. 
  • Once – dijo ella. 
  • Vale. Eso significa que Nalah es mayor, ¿verdad, Michael Joseph? 

Asentí. 

  • Pues no. Tú tienes casi cincuenta años más que ella. 
  • Pero eso no es posible – repliqué. 
  • ¿Cuándo naciste, Nalah? – le preguntó el Viajero. 
  • 30 de diciembre de 2002.
  • ¿Y tú, Michael Joseph? 
  • 30 de diciembre de 1953.

Nos miramos anonadados, esperando a que alguno de los dos se corrigiera. 

  • Dicho esto, ya puedo empezar – dijo el Viajero. 

Procedió a iniciar un monólogo de más de una hora sobre cuál era nuestro destino, de lo especiales que éramos. Resumiendo, nos dijo que había un hombre muy malo al que llamaban el Desvanecedor porque hacía que las cosas se desvanecieran tan rápido que era prácticamente imparable. Y que nosotros éramos los únicos niños que pudieron rescatar antes de que los años en los que vivíamos desaparecieran. 

  • Debéis de estar hambrientos – dijo cuando hubo terminado –. ¿Habéis probado alguna vez las magdalenas de miel?

Cualquier adulto hubiera puesto en duda sus palabras, pero nosotros éramos niños y nos había pintado un cuadro en el que éramos los últimos supervivientes de lo causado por un malvado villano. 

 

Ese fue mi último día como un niño normal. Porque al siguiente, empezó nuestro entrenamiento. No sabíamos para qué lo hacía, pero él insistía en que entrenáramos mente y cuerpo. 

Una vez. cuando tenía ocho años, me llevó al bosque. Tras un largo rato caminando, paró y abrió su mochila, llena de brújulas, mapas y GPS.

  • ¿Ves esto?  - me preguntó – Son todo aparatos para orientarse. 

Justo después, los tiró al río.

  • ¡Qué haces! – exclamé lanzándome hacia el arroyo para recuperar alguno, a pesar de que la corriente ya se los había llevado. 
  • Ahora, llévanos de vuelta a casa. 

Miré dentro de mi mochila. Tenía otra brújula, pero enseguida me la quitó y la lanzó al agua. Quitando eso, solo tenía otra chaqueta y una botella de agua de un litro. 

  • Vale – dije –, si nos bebemos un tapón de agua cada veinte minutos, tendremos agua suficiente para mantenernos hidratados durante diez horas. Y por la posición del sol, puedo decir que eso es el norte – añadí señalando hacia mi derecha –. Desde casa vemos el este, así que debemos ir en esta dirección. 

Cuatro horas después estábamos entrando a casa. 

El entrenamiento de Nalah era diferente. Casi nunca salía de casa y pasaba la mayor parte del tiempo en la biblioteca. Hubo un tiempo en el que ni siquiera salía de su habitación. Nunca me dijo por qué, y ella pensaba que yo no lo sabía, pero no era así. 

Fue unos meses después de que nos conociéramos. Escuché una conversación que fue el desencadenante de ese periodo. 

Era uno de esos extraños días en los que teníamos invitados. Dos hombres trajeados vinieron a hablar con el Viajero. Escondido tras la puerta, presté atención a lo que decían.

  • Tenemos el método – dijo el primero. 
  • Si viene con nosotros, la sumiremos en un estado en el que no tendrá que ni comer ni beber, y tampoco envejecerá. Una vez que todo vuelva a la normalidad, podríamos llevarla de vuelta a casa con su familia – dijo el segundo.
  • ¿Y qué pasa con él? – preguntó el Viajero. 
  • Le necesitamos. Sabes que no podemos hacerlo con él – respondió el primero. 
  • Lo sé – dijo el Viajero con exasperación –. Pero no puedo tomar decisiones en el nombre de ella. Así que id a hablar con ella y que decida. Iré a buscarla. 

Corrí lejos de la puerta segundos antes de que el Viajero saliera. Volvió unos minutos después con Nalah, y tras hablar un rato con la puerta cerrada, los dos hombres y mi reciente amiga regresaron al pasillo. 

  • Estaremos fuera un par de semanas y luego tendrá tiempo para pensar – dijo el segundo hombre. 

Cuando Nalah volvió, solo un hombre la acompañaba. Pasé corriendo por su lado, jugando. Mi pelo estaba revuelto y me tapaba los ojos parcialmente; las mangas de la camisa desabotonadas aleteando alrededor de mis brazos. 

Solo me vio durante unos segundos, pero en cuanto doblé la esquina, se giró hacia el hombre y le dijo: 

  • No puedo irme. 
  • ¿Estás segura de que ya lo has decidido? – le preguntó el hombre. 

Nalah sacudió asintió determinadamente. 

  • Si esa es tu decisión, iré a comunicársela al Viajero.   

Nunca hablamos de lo que pasó durante esas dos semanas ni en las dos siguientes, durante las cuales apenas la vi. Lo único que me importa es que ella podría haberse olvidado de todo y esperar a que su familia reapareciera, pero se quedó por mí. 

 

Capítulo 2 – El dilema de la salvación del tiempo. 

 

Estaba subido sobre diecisiete cajas y estaba a punto de colocar la dieciocho. 

Los espejos que cubrían las paredes me devolvían el reflejo de mi cuerpo desde todos los ángulos: alto, delgado, pálido, el pelo negro azabache. Aunque hubieran pasado varios años, mis ojos azules seguían siendo audaces como el primer día. 

No llevaba ni casco ni cuerda de seguridad, porque, en las palabras del propio Viajero, “No caerse es un mejor incentivo para aprender que solo estudiar”

  • ¿Cómo dices “quiero un café” en chino? – me preguntó. 
  • Wǒ yào yībēi kāfēi – contesto 
  • ¿Y en árabe? 
  • Arid qahwatan
  • ¿Cuál era el peso medio de un ouranosaurus nigeriensis?
  • Cuatro toneladas.
  • Genial, Michael Joseph. Te espero en mi estudio en una hora.

En pocos minutos, bajé de las cajas y me coloqué junto al Viajero, que ahora era más de una cabeza más bajo que yo. Al contrario que Nalah y yo, él seguía exactamente igual que cuando le conocimos. 

  • ¿De qué quiere hablar? – le pregunté. 
  • Sé paciente, Michael Joseph. Sólo necesitas saber que es importante. 

El Viajero no era el mejor dando explicaciones. Simplemente te convocaba o te llevaba a algún sitio y después ibas averiguando que debías hacer allí. Se acercó a mí, olisqueó mi camiseta y arrugó la nariz. Se colocó bien los gemelos de las mangas y caminó hacia la puerta de la sala. 

  • Date una ducha primero. 

Le hice caso. Aún con el pelo mojado, salí de mi habitación hacia su despacho. En el amplio pasillo central de la casa, me crucé con Nalah, que llevaba un montón de libros contra el pecho. Parecía ir con prisa, pero se detuvo y me sonrió. 

  • ¿Qué tal entrenamiento de hoy, Seph? – me pregunta. Con el paso de los años se había convertido prácticamente en mi hermana mayor. 
  • Como siempre. Deja algún libro en la biblioteca para mí – añadí riéndome. 

Me miró de arriba abajo, realizando un escrutinio de mi aspecto, como siempre. 

  • Sabes que no es necesario que sigas vistiendo como si todavía vivieses en 1960. 
  • ¿Qué hay de malo en las camisas y los pantalones de traje? – le pregunté. 
  • ¿No ibas a algún lado? – me contesta. 

Miré mi reloj de pulsera, era justo la hora a la que había quedado con el Viajero. Me despedí rápidamente de Nalah y caminé rápidamente, haciendo uso de los pasadizos y atajos que había ido encontrando durante los años que había estado allí. Por suerte, cuando llamé a la puerta de la oficina y entré, todavía no hay nadie allí. 

Era una sala casi completamente cuadrada. Las paredes de los lados estaban forradas de estanterías que iban desde el techo hasta el suelo. Un amplio ventanal ocupaba la pared situada en frente de la puerta y el sol reflejaba las partículas de polvo desprendidas por los viejos lomos de los libros. Una alfombra verde oscura ocupaba la zona central de la habitación y sobre la cual había un robusto escritorio de roble. Había un par de sillas frente a él y una pizarra blanca para rotuladores. 

Me senté en uno de los butacones forrados de terciopelo verde y recorrí con el dedo el intrincado diseño tallado en la madera de los reposabrazos. Como siempre, el Viajero apreció silencioso y sin avisar. Se sentó en la silla de cuero marrón que había tras la mesa y junto las manos bajo su barbilla. Parecía preocupado, algo poco común en él. 

  • ¿Sabes cuánto tiempo llevas aquí? Diez años, tres meses y diecisiete días. 

Esperé a que continuara hablando, a que dijera algo más, pero simplemente se quedó en silencio. 

  • Y once horas – completé, para acabar con aquel incómodo silencio. 
  • Más de la mitad de tu vida. Y en todo ese tiempo, no te he contado por qué estás aquí realmente. 

No sabía hacia donde estaba yendo la conversación. Siempre que le habíamos preguntado por el tema cuando éramos niños, nos había respondido con evasivas. Con el paso de los años, dejamos de preguntar. Aceptamos que simplemente estábamos allí porque no existía otro lugar en el que podríamos estar. 

  • Va siendo hora de que lo sepas, antes de que el tiempo se agote – dijo. 

Nunca lo había visto tan serio. Me revolví en mi silla incómodo. No sabía si era mejor dejarle hablar o formularle todas las preguntas que se habían acumulado en un rincón de mi mente conforme iba pasando el tiempo. El tiempo que nunca transcurría en aquel lugar. 

  • El Desvanecedor se está acercando y si no lo sabes todo para entonces, será el fin. Puedes enfadarte conmigo, gritar, lo que quieras, porque sé que lo harás cuando te cuente lo que voy a contarte. Pero por favor, déjame contártelo. 
  • Si es tan importante, ¿por qué Nalah no está aquí?
  • Porque esto nunca fue sobre ella, sino sobre ti. 
  • Pero ella…
  • Michael Joseph – me interrumpió –. Esto ya es suficientemente difícil de decir, escúchame y déjala fuera de esto por una vez. 

Se masajeó las sienes con los dedos e inspiró profundamente. Tenía la cabeza tan pegada al pecho que resultaba difícil escucharle. Subí los pies al resquicio de la silla y rodeé mis rodillas con los brazos. 

  • Esto empezó hace mucho tiempo, mucho antes de que vinieras aquí, mucho antes de que ni siquiera hubieras nacido. Los Observadores se percataron de que el mundo cada vez funcionaba peor. Los ciclos cada vez eran más cortos e inestables, los humanos eran cada vez más impredecibles. Así que se propusieron algo que muchas veces había surcado la mente de los miembros, pero que nunca se había creído posible. Analizaron qué era lo que hacía que esos ciclos disminuyeran. Y una vez encontrados aquellos puntos de la historia, simplemente quedaba un último paso: eliminarlos. 

 >> Pero jugar a ser Dios nunca sale bien. Al principio lograron crear una fuerza que era capaz de borrar aquellos sucesos sin dejar rastro. La utilizaron un par de veces para borrar partes de guerras, epidemias y hambrunas. Al ver cómo el tiempo se recuperaba, comenzaron a hacerlo más a menudo, en situaciones menos necesarias. Borraron accidentes de coche, elecciones. Cada vez que era utilizada, la fuerza se hacía más grande y fuerte, más difícil de controlar. El error final fue cuando intentaron borrar a la primera persona. Por el bien del tiempo, si es que alguna vez llega a recomponerse, no puedo decirte quien era. Sólo que era un hombre que, a sus 29 años, había conseguido reducir la longevidad de los ciclos en más del triple de su edad. Sobre el papel, era posiblemente el plan más fácil que habíamos ideado. Nadie esperó que saliera tan mal.

>>En vez de destruir al hombre, la Fuerza se metió dentro de él. Le poseyó. Le hizo indestructible. Mató a 172 miembros de la sociedad prácticamente sin moverse, reduciéndolos a un montón de cenizas. En la central se desató el caos. No hacían más que llamar para pedir refuerzos. Llegó un momento en el que solo quedábamos nosotros, los novatos. Cuando llegamos allí ya no había nada que hacer. Pensábamos que iba a acabar con nosotros. Para nuestra sorpresa, fue él el que desapareció primero. El hombre comenzó a convulsionar. Un líquido negro salía de sus ojos, orejas y nariz. Cayó al suelo mientras aquella sustancia viscosa seguía saliendo de él. Fue la primera vez que vimos las capacidades del Desvanecedor. Por allí por donde pasaban aquellos ríos negros se creaba un vacío tan absoluto y difícil de describir con palabras que nunca llegarías a imaginártelo sin verlo. Alcanzó a uno de los nuestros directamente y con apenas rozarlo le hizo desaparecer. 

>>Huimos. Era la única escapatoria posible. Perdimos su rastro. Y cuando por fin lo encontramos de nuevo, todo nos llevaba hasta ti. Todo el mal que había causado, todo lo que había destrozado, todo nos llevaba de vuelta hasta un niño. Huérfano e indefenso. Se hizo una votación sobre cuál era la manera adecuada de proceder. El resultado fue que lo mejor era acabar contigo. Volver a un punto en el que supiéramos con certeza que el Desvanecedor se encontrara de ti y hacer que nunca más volviera a salir. La última prueba de que el Desvanecedor se encontraba dentro de ti la encontramos en 16 de octubre de 1959. 

  • Pero ese es… – dije hablando por primera vez en todo ese tiempo. 
  • … El día que asesinaron a tus padres – completó por mí. 
  • ¿Maté yo a mis padres? – pregunté, con las lágrimas a punto de brotar de mis ojos. 
  • No – contesto – Mataste a su asesino. Tan solo pudimos ver ese momento una vez antes de que fuera borrado por el Desvanecedor. Un ladrón entraba a vuestra casa, armado con un cuchillo. Intento llevarse las joyas y el dinero, pero tu padre se despertó e intentó detenerle. Con un limpio movimiento, el ladrón seccionó su aorta, acabando con su vida al instante. Tu madre se despertó al oír el jaleo en el recibidor. Murió de la misma manera. Con lo que no contaba era con que en la casa había un niño con unas capacidades … peculiares. Apenas oyó tus pasos ligeros por el pasillo, no se dio cuenta de tu presencia hasta que estuviste justo detrás suyo. Intentó asesinarte, pero con tan solo gritar, lo evitaste. El mismo líquido negro que había salido del hombre comenzó a salir propulsado desde tu garganta, enroscándose alrededor del ladrón de la misma manera que una anaconda asfixia a su presa. Tanto la sustancia como el hombre desaparecieron en aquel momento y tu caíste inconsciente al suelo. La policía te encontró en aquella misma posición al día siguiente. Supusieron que el Ladrón te había golpeado en la cabeza y te había dado por muerto. 

>>Para cuando hubieron planificado dónde y cuándo atacarte, el corto lapso de tiempo en el que habías existido había sido devorado por el Desvanecedor. Sólo quedaba una pequeña isla en ese periodo, una creada por ti. Tu simple presencia en ella hacía que despareciera más lentamente. Ellos creían que no merecía la pena ir a buscarte si ya no Lo tenías dentro. Les convencí de que debía ir por ti cuando sugerí que tal vez eras la solución. Que, si ya lo habías tenido una vez dentro, tal vez podrías deshacer lo que había hecho o por lo menos contenerlo para siempre. Pero, aunque te rescatáramos y te preparáramos para encontrarte con él, seguíamos perdiendo. Seguía habiendo algo que fallaba. Mientras tanto, tratábamos de salvar a tantas personas como podíamos. 

>>Entonces es cuando la encontramos a ella. Parecía que lo único que nos hacía tener alguna posibilidad contra Él era que ella estuviera con nosotros. Tuvimos suerte. El año en el que vivía había sido eliminado, pero ella se encontraba en Las Colonias, el lugar donde habíamos llevado a los rescatados. Eran poco más que cien personas y no había muchos niños, así que no fue difícil encontrarla. En cuanto os conocisteis, los posibles finales en los que ganábamos aumentaron.

  • Si ella era tan necesaria – dije tratando de contener todas las emociones que se arremolinaban en mi interior –. ¿Por qué le disteis la oportunidad de irse?

Se quedó mirando fijamente a un punto en su escritorio y se crujió los nudillos. 

  • Porque sabíamos que ella diría que no – contestó. 

Esa fue la gota que colmó el vaso. Me levanté con tanta intensidad que la silla cayó detrás de mí. Incapaz de controlar mi ira más, dejé que tomara las riendas. 

  • Eso significa que, si en uno de esos “futuros” ella hubiera dicho que sí, ni siquiera le hubierais dado la opción. Porque no significamos nada para vosotros, yo solo soy un arma y ella es el gatillo necesario para dispararla. Porque no pensasteis en lo que ella quería cuando la trajisteis aquí ni lo que esto supondría para nuestras vidas. Lo único que me has dejado claro hoy es que los últimos diez años de mi vida han sido todo mentiras y engaños. Todo para que solucionáramos los problemas que vosotros habíais causado. Que tú podrías haber tratado de frenar antes de que pasaran, porque estabas allí – le señalé con el dedo mientras las lágrimas corrían descontroladas por mis mejillas –. Estabas allí cuando todo empezó a írseles de las manos y no hiciste nada. Ojalá el Desvanecedor me hubiera llevado a mí también. 
  • ¿Preferirías no estar? ¿Preferirías dejar que todo el mundo, tal y como lo conocemos, desapareciera? – me preguntó.
  • ¿No lo ha hecho igualmente? 

Sin decir una palabra más, me levanté y comencé a caminar hacia la puerta. El Viajero se había puesto de pie y agarraba los bordes del escritorio con tanta fuerza que sus nudillos se habían puesto blancos. Casi podía notar la frustración en su voz. Pero yo no tenía más ganas de luchar. Estaba cansado de todo. De las mentiras, de los entrenamientos, de no saber que estaba pasando. Ni siquiera se iba a dignar a darme la oportunidad de decidir por mí mismo si quería o no participar en aquello. Aunque, a decir verdad, nunca habían tenido la oportunidad de elegir realmente sus destinos.

  • ¿Acaso crees que me hubieran escuchado? Solo era un novato, ellos llevaban miles de años observando todo – dijo mientras yo salía de la habitación. 
  • Por lo menos podrías haberlo intentado – le contesté –. Pero eso no entraba dentro de vuestros preciosos ciclos, ¿verdad? 
  • Tienes que entender que no somos los malos aquí, Michael Joseph. 
  • Tampoco sois los buenos, precisamente. 

Ya no esperé a que dijera algo más. De repente todos los pasillos me resultaban claustrofóbicos, más estrechos, más como los barrotes de una cárcel que me alejaban cada vez más de la realidad. Estaba a punto de llegar a mi habitación cuando un hombre trajeado estuvo a centímetros de arrollarme. Solo dijo una frase antes de seguir corriendo. 

  • Ya está aquí. 

 

 

Capítulo 3 – Si luchar no es tan solo una opción. 

 

Nalah. Fue lo primero que pensé cuando le oí pronunciar aquellas palabras. Tenía que avisar a Nalah. Corrí tan rápido como pude hasta su habitación solo para darme cuenta segundos antes de abrir su puerta de que probablemente no estaría allí. 

La biblioteca estaba justo en la otra punta del edificio, pero me las apañé para llegar en dos minutos atajando por la cocina y el laboratorio. Por el camino me crucé con más hombres trajeados. No tenía ni idea de dónde habían salido, la casa siempre parecía estar vacía. 

Empujé con las dos manos la puerta doble de la biblioteca. Era una estancia de dos alturas cubierta de libros escritos y por escribir que se apilaban hasta en el techo. Era preciosa, pero en ese momento no tenía tiempo de admirar su arquitectura. Nalah estaba sentada en una de las mesas del fondo, oculta tras una montaña de libros y con una lámpara a cada lado. 

Dio un pequeño bote cuando le agarré el hombro. No tenía tiempo para darle explicaciones, así que simplemente le dije: 

  • Tenemos que irnos de aquí. 
  • ¿Por qué? – preguntó - ¿Qué está pasando Seph? 
  • Te lo explicaré luego, pero ahora mismo tienes que venir conmigo. 
  • Me estás asustando. 
  • Por favor, hazme caso. Confía en mí. 

Se levantó y me cogió de la mano mientras yo aceleraba el paso hacia la salida. Me preguntó a dónde íbamos, pero no supe responderle. Solamente corría en la misma dirección en la que había visto ir a los hombres trajeados. Si de algo me había percatado en la última hora era de que se les daba muy bien esconderse y protegerse a sí mismos. Así que a dónde ellos hubieran ido, ese sería el lugar más seguro al que ir. 

Comenzamos a ir por unos pasillos que iban cada vez más abajo. Metros y metros de suelo cada vez más inclinado que terminaban en una puerta de metal. La cerradura era de metal y giratoria, como la de un submarino. Hizo falta la fuerza de los dos para abrirla. 

Dentro había una docena de hombres, todos vestidos con traje, apuntándonos con pistolas de todos los tamaños imaginables. Sin pensarlo dos veces, me coloqué delante de Nalah y levanté las manos. 

  • Ey, ey. Todo el mundo tranquilo, no somos el enemigo – dije. 

Todos bajaron las armas a la vez y el sonido de los seguros rebotó en las paredes. Aquel lugar parecía una habitación del pánico. Las paredes eran completamente blancas y el techo abovedado. Había baldas de metal sobre las cuales había comida enlatada, bidones de agua, mantas y más armas. Ninguno de los dos habíamos estado allí nunca ni sabíamos de la existencia de aquella habitación. 

  • Ahora, ¿puede alguien hacer el favor de decirnos qué narices está pasando aquí? – dijo Nalah. 

Uno de los hombres de la sala, que tenía un aspecto bastante parecido al del Viajero, dio un paso hacia delante. El sudor caía por sus sienes y llevaba un rifle de asalto a la espalda. 

  • El Desvanecedor se acerca. Ha destruido el lugar donde estaban las últimas personas, aparte de nosotros. Después de eso, sólo queda un sitio al que pueda ir: aquí. 
  • Pero no puede entrar aquí, ¿no? Técnicamente esto no es ni un “sitio” – dije.
  • Nosotros pensábamos lo mismo – añadió otro hombre –, pero toda la gente que se encontraba en Reposo ha sido eliminada, y eso también estaba fuera del tiempo. Al parecer, no ha sido un impedimento para hacer que 109 personas y 5 miembros de la OIST se desvanecieran. 
  • ¿Qué vamos a hacer ahora? – preguntó Nalah. 
  • Prepararnos para cualquier cosa que pueda pasar. ¿Habéis disparado una pistola alguna vez en vuestra vida? – dijo la única mujer que había en la habitación. 

Nalah negó con la cabeza, pero yo asentí. El Viajero me llevaba por lo menos una vez a la semana al patio trasero y disparábamos a latas, ahora entendía por qué. La mujer cogió una pistola del calibre .44 de una de las estanterías, la cargó, bajó el seguro y me la entregó con la culata hacia mí. 

El Viajero. Fue entonces cuando me di cuenta de que no estaba en la habitación. Miré a mi alrededor para cerciorarme de que no se encontraba allí y le pregunté a Nalah en el oído si ella lo había visto. Abrió los ojos completamente; ella tampoco se había dado cuenta. 

  • ¿Alguien ha visto al Viajero? – pregunté, levantando la voz para hacerme oír.

Nadie contestó. Actuaban como sin la palabra “Viajero” no significara nada para ellos. 

  • Un hombre bajito, con el pelo blanco y bigote – describí.
  • Acabas de describir a la mitad de la gente de esta sala, y no estamos ni quince personas – respondió el hombre más joven de la habitación, que estaba sentado en la esquina izquierda. 
  • Creo que sigue en su oficina – dije girándome hacia Nalah. 

Miré hacia la puerta, que habían vuelto a cerrar tras nuestra entrada. Nalah siguió la dirección de mi mirada y luego clavó sus ojos del color de las nubes de tormenta en mí. 

  • Seph, no – dijo adivinando mis pensamientos –. Ni siquiera sabes si sigue ahí fuera. 
  • No puedo dejarle allí. Y no puedo dejar que tu vengas conmigo. 
  • Oh, no. No vas a salir solo. 
  • Sé defenderme, no soy un niño pequeño. 
  • ¿Y si te pasa algo? 
  • Por ese motivo no podemos ir los dos. Si no vuelvo, tu tendrás que encargarte de que todo salga bien. 
  • Está bien, ve – respondió, abrazándome brevemente. 

Abrí la puerta lo justo para poder salir. Aquel pasillo, apenas iluminado y casi vertical, parecía la salida del infierno. Tenía la sensación de que nunca iba a acabar, pero llegó un momento en el que un giro a la derecha me indicó que ya estábamos sobre el nivel del suelo. Tardé unos segundos en orientarme. Aquella casa era enorme y todos los pasillos eran prácticamente iguales. 

Subí las escaleras de caracol que llevaban al segundo piso y luego por las que llevaban al tercero. Arrastré la mano por el papel pintado mientras recuperaba el aliento. Un par de puertas más allá estaba el despacho, la última esperanza de encontrar al Viajero. 

La puerta estaba abierta completamente. Me acerqué despacio, intentando no hacer ruido. La silla seguía en el suelo, justo donde yo la había tirado. Ese fue el primer signo de que lago iba mal. Por si acaso, saqué la pistola, que había guardado en la espalda. La empuñé con el cañón hacia abajo, como el Viajero me había enseñado.

El pulso comenzó a temblarme al ver lo que sucedía dentro. El Desvanecedor tenía el mismo aspecto que cualquiera de los miembros que había en el sótano, pero con tan solo verlo podías decir que era diferente. Que había algo malo en él. Simplemente parecía que estuviera fuera de lugar. Te hacía sentir miedo, como si estuvieras viendo tus peores pesadillas. 

Tenía sujeto al Viajero por el cuello, y tan solo con una mano lo estaba elevando treinta centímetros en el aire. La cara del viajero se iba tornando morada mientras se esforzaba por encontrar desesperadamente aire que respirar. Sus manos intentaban separar los dedos que se cerraban alrededor de su garganta como garras. 

Entonces, el Desvanecedor abrió la boca. Una sustancia negra que parecía tener vida propia salió por ella, tan solo un fino hilo viscoso que se introdujo por la garganta del Viajero. Lo dejó caer al suelo y clavó sus ojos, completamente negros, en los míos. Sonrió enseñándome todos los dientes, girando el cuello de una manera inhumana. 

  • Cuánto tiempo sin verte, Seph – pronunció cada letra de mi nombre de tal manera que me entraron ganas de apuntar con la pistola en el centro de la frente y disparar. Y lo hubiera hecho si eso hubiera sido efectivo. Eso simplemente le habría enfadado o como mucho habría matado al hombre que poseía –. Has crecido mucho desde la última vez, pero yo también. Esta vez no vas a poder expulsarme, porque no estoy dentro tuyo. ¿Qué tal crees que me sienta este nuevo aspecto? A mí me gustaría que fuera un poco más fuerte – dijo intentando marcar sus músculos.  Su tono de voz solo se podía describir como irritante –. Puede que el cuerpo de tu querido Viajero me quedase mejor. 

No podía soportarle más. Me lancé hacia él con el puño en alto, enfocado hacia su mandíbula. Cogió mi puño sin apenas esforzarse, retorció mi muñeca hacia detrás y me lanzó al suelo. Me levanté de un salto y levanté mi guardia. 

  • ¿Es eso todo lo que tienes? – me preguntó. 

Eso hizo que me enfureciera más. Intenté derribarle con una patada baja, pero utilizó su pie para hacerme perder el equilibrio. Volví a caer y el me asestó una patada en las costillas que me propulsó contra una de las estanterías. Varios libros cayeron encima de mí y me protegí la cabeza con los brazos.

  • ¡No puedes pelear contra mí! – exclamó - ¡Yo soy el Desvanecedor! ¡El destructor del tiempo!
  • Tienes razón – dije –. A lo mejor no puedo, pero encontraré una forma de que todo lo que has hecho se vuelva contra ti. 

Se rio de una manera aguda y estridente. Cerró los ojos por un segundo, el tiempo que necesitaba para coger uno de los libros y lanzarlo contra su nariz. Puede que Él fuera invencible, pero el cuerpo que estaba utilizando seguía siendo humano. Comenzó a sangrarle por los dos orificios a la vez y se cubrió la nariz con ambas manos. Aproveché esa ventaja para arrastrarme hasta el otro lado de la habitación, donde estaba el viajero. 

Me arrodillé junto a su cabeza y apoyé su nuca en mi pierna. Todas sus venas eran ahora abultadas y negras, como si fueran recorridas por veneno. La piel en algunos puntos estaba tornándose verde o morada. Hizo un gesto con la mano para que acercara mi oreja a su boca. 

  • Michael…Joseph. 
  • No digas nada, voy a sacarte de aquí, vas a ponerte bien. 
  • No – dijo negando suavemente con la cabeza –. No escuches nada de lo que dice. Se mete en…tu cabeza. Por eso os hice aprender tanto. Para que vuestra cabeza estuviera…tan llena que Él no pudiera entrar. Si alguien puede acabar con Él…ese eres tú. Sálvalos a todos, Seph. 

La imposible de ignorar risa del Desvanecedor interrumpió el frágil hilo de sus palabras. 

  • “Sálvalos a todos” – se burló, haciendo una mueca con la cara –. Deberías ser por lo menos capaz de que no los encontrara, ¿no?

Antes de que pudiera decir nada, salió corriendo por la puerta. Miré de nuevo al Viajero, cuya cabeza todavía reposaba en mi regazo. 

  • Síguele – me dijo – Ha sido un placer haber pasado los…últimos años contigo. Dile a Nalah que también ha sido una…niña maravillosa. 

Retiré mi pierna despacio y su coronilla se sujetó sobre la alfombra débilmente. Oí cómo exhalaba su último aliento mientras me alejaba. Y así, tan repentinamente como él había llegado a mi vida, se fue. Me tragué mis emociones y salí tan rápido de aquel despacho como si el suelo estuviera en llamas. 

***

Cuando abrí los ojos, estaba tumbado boca arriba sobre el vasto suelo de cemento que llevaba hasta aquel húmedo sótano excavado a al menos diez o veinte metros bajo tierra. Enfoqué la vista para encontrar a Nalah sobre mí, comprobando mi pulso. 

De un salto, se levantó y me ayudó a incorporarme. Notaba la garganta extrañamente cerrada. Tosí e inhalé profundamente un par de veces. El resto de los miembros de la OIST formaba un círculo a mi alrededor y me miraban como si fuera un bicho raro. Intenté recordar lo que había pasado, pero mi último recuerdo era haber bajado corriendo tras el Desvanecedor. 

Pero ahora no parecía haber ningún rastro de él. Giré la cabeza para comprobar mi sospecha. Los otros viajeros parecían apartarse de mí en cuanto mis ojos se acercaban mínimamente a ellos. Haciendo una mueca de dolor, me puse en pie y sacudí el polvo de mis pantalones. 

  • ¿Qué está pasando, Nalah? – pregunté - ¿Dónde está el Desvanecedor? 
  • No lo sé. Seph, creo que le has…expulsado de aquí – contestó, titubeando a la hora de elegir las palabras adecuadas –. Ha dejado un mensaje.

Señaló el suelo tras ella. Por algún motivo, me dolía todo el cuerpo. Caminar los escasos pasos necesarios para poder ver lo que señalaba me costó casi un minuto entero. 

Allí, escrito con letras gruesas e irregulares de la misma masa viscosa que le componía, estaban escritas dos frases. Siete palabras. Veinticinco letras que se grabarían en mi cerebro para siempre.

ESTO NO SE HA ACABADO. TE ESPERO

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