Nya Izquierdo

Nya Izquierdo

De sangre latina y criada tostada al sol. Colombiana Canariensis, que al principio se mostraba reacia a desarrollar alguna historia, se topó de frente en la adolescencia más madura con la necesidad de gritarle a la hoja. Y desde hace algunos años se propuso mejorar su manera de expresarse. Transitó por la ciencia mucho tiempo y el arte estuvo más aparcado, pero llegó para quedarse. Ahora desea conseguir culminar varias novelas mientras publica relatos en internet, rolea en twitter y en vivo, de dónde bebe la mayor parte de sus mundos y pretende sacar todo adelante.

LAS SETAS DEL CAMINO
Amanecía en el Cañón Sulfur, inmenso, profundo y humeante. Lo remoto antes era fascinante, cualquiera diría de aquellas cuevas y acantilados, antaño considerados un lugar espléndido, que ahora no eran más que frías y siniestras ruinas. Pero lejos de la opinión de la gente prejuiciosa, allí todavía se encontraba el lugar más cálido de aquellas tierras: un hogar.

Las casas del cañón se amontonaban por las paredes entre cuevas y muros. Vestían ladrillos, cementos, placas metálicas y tuberías. Éstas, útiles como nada, rugían incesantes con el alboroto de las primeras luces. Al tiempo que regresaba la guardia nocturna y se marchaba la de diurna, los hornos se encendían y el bullicio hacía su presencia.

Roy despertó y saltó de la hamaca para meterse en su mono de trabajo como un rayo. Tras ponerse las botas, reparó en la modesta cama al otro lado de la habitación, donde Megan seguía peleándose con su almohada. Dormía tan profundamente que el niño dudó por un momento en si debía despertarla. No obstante, en seguida recordó que, si no lo hacía, no lo perdonaría jamás.

Se acercó esquivando un almohadazo, y logró abrazar el cuerpo de su hermana para calmarla. Él nunca lo admitiría en alto, pero era lo que más le importaba en el mundo. Cuando notó que se tranquilizaba, la zarandeó con ganas:

—¡Vamos perezosa! Que voy a llegar tarde por tu culpa —dijo el chico fingiendo molestia—.

—Lo he vuelto a perder, Roy... Ese maldito ladrón se ha salido con la suya —murmuró Megan—.

—Lo que vas a perder es esa lengua descuidada si no dejas de usar palabrotas —le reprochó él—. Anda, vístete. Vamos a lavarnos la cara y a desayunar, pero rápido, que ya sabes que día es. Megan se levantó a por sus cosas tambaleándose y Roy fue a la cocina a preparar la comida.

Ya en la calle, los chicos caminaban lo más deprisa que podían, Megan casi era arrastrada por su hermano mayor, que no dejaba de tirar de su mano. Ella sabía que el asunto era importante. Sin embargo, hacía solo diez minutos que se había terminado su desayuno y temía que fuese a aparecer frente a ella, sino cambiaban el ritmo.

—Roy, no puedo más. Quiero descansar —dijo con algo de dificultad—.

El chico la miró y se detuvo. Pasados unos segundos, se giró y, agachándose, le indicó que subiera para llevarla en su espalda. Ella accedió.
—¿Cómo crees que será? —preguntó Megan mientras él empezó a caminar—.

—Grande, escamoso, alado... —Fue respondiendo hasta que le interrumpió—.

—Me refiero a su personalidad, ya sé cómo es un dragón, tonto —le reprochó—.

—No lo sé, ya sabes que son de otra generación y no los hemos conocido a todos, solo espero que sea valiente —concluyó él—.

Después de cuatro años cuidándolos y entrenándolos, al fin tendría uno propio. Claramente estaba un poco asustado, ya que cabía la posibilidad de que no se acercara ninguno en la ceremonia y tuviera que esperar unos meses más. Esos eran los pensamientos de Roy mientras recorrían los caminos hasta la granja. Era normal estar nervioso si van a dejarte a cargo de tu propio dragón, es un honor en la comunidad y, por supuesto, una gran responsabilidad. Pero sobre todo tenía miedo de no dar la talla, no llegar a ser como su padre.

Al llegar, encontró a la instructora y sus otros compañeros, esperando en la entrada. Apenas cinco niños y niñas de su edad que también iban a la ceremonia.

—Hola Roy, llegas tarde —saludó su maestra Syra.

—Hola, guru —respondió él al dejar a Megan en el suelo. Luego se dirigió a sus compañeros.

—Hola, guerreros. ¿Listos? —Preguntó con mucho entusiasmo—.

—¡Sí! —respondieron al unísono—.

Entonces Roy reparó en que ellos ya tenían sus correas, arneses y monturas preparados para ir a La Explanada, cuando quiso ir a buscar los suyos, Syra le mostró que ya los tenía listos junto a la puerta. Sus compañeros se habían molestado en ayudarlo y eso le dio el último empujón para dejar de tener miedo. Todos estaban realmente preparados.

La Explanada sólo era una forma de llamarla, el sitio al que se dirigían no mostraba nada llano o vacío. En su lugar, se alzaba una estructura metálica y amurallada. Ésta protegía la entrada a una caverna, transformada tiempo atrás en un majestuoso templo.

Tras una hora de espera, por fin llegó el momento, Roy pudo entrar al nido. Era una cueva amplia y bien iluminada para la ocasión, que daba un ambiente acogedor pero espeluznante a la vez. Por las paredes se podían distinguir unas extrañas setas que humeaban, Roy se acercó a una de ellas, recordando lo que su padre le contó una vez. La arrancó y prosiguió su camino a ritmo firme. Con sus emociones por las nubes, los pensamientos de fracaso asomaron y, preocupado, al final aceleró el paso.

Al cabo de unos metros se encontró con una gran sala circular, el techo se extendía varios pies sobre su cabeza y en los muros aguardaban las criaturas, expectantes por su aparición. Un escalofrío recorrió al chico por todo su cuerpo al reparar en que ya se encontraba en el centro de la estancia, lugar donde debía exponer sus motivos de la visita. Carraspeó, cogió un poco de aire y entonces habló:

—Soy Roy Fowler y estoy aquí para hallar a un compañero de los cielos. La mayoría vienen a por una montura que los ayude a trabajar. Pero lo que yo busco trata de...
Un auténtico compañero. No puedo prometer una vida larga y segura, ni siquiera una casa en condiciones —tomó aliento y continuó—, pero sí aseguro que podrá ser tan
libre como yo. Sé que lograré grandes cosas para la comunidad y para mi familia. Sólo necesito unas alas fuertes para soportar el ritmo y el peso que conlleva
pertenecer a esta familia —concluyó el chico, algo agitado—.

Cuando se disiparon los ecos, sólo podía oírse indiferencia, ni una llamarada, aleteo o golpe de cola. Roy comenzó a sentirse impotente. El nerviosismo, la ira y el miedo
lo invadieron, quebrando su interior. Las turbulencias en su espíritu hacían contraste con el reciente ambiente. Su temor se había cumplido, el grupo no lo había aceptado
y eso significaba alejarlo también de los suyos.

—De acuerdo. Volveré en la próxima ceremonia, aunque mi proposición no cambiará. Creo en lo que he dicho y no retiraré mis palabras —se despidió sollozando pero
antes de marchar sobre sus pasos, se detuvo al recordar lo que tenía en la mano. Colocó la seta arrancada en una especie de atril de piedra y añadió en un susurro—
mi hermana y yo estaríamos encantados de acogeros a todos, seguro... Siento no estar preparado —Y se fue.

Hubo un pequeño resplandor entre los muros que alumbró levemente la pared y crepitó la roca.

Roy llegó a la entrada con aplausos como recibimiento, pero éstos cesaron al poco de entender la situación. El muchacho no lo logró y eso lo estaba destruyendo. A los
pocos metros de salir, cayó de rodillas, abatido. Fue entonces cuando Syra soltó a Megan para que se reuniera con su hermano.

Antes de llegar, la niña se detuvo, Roy se dio cuenta y la miró confundido. Tardó en comprender que no lo estaba observando a él debido a las lágrimas. Un parpadeo
después, notó unos pesados pasos a su espalda.

—¡Ha venido, Roy! —Gritó Megan alegre—.

El chico se giró al tiempo que la criatura comenzaba a asomarse, dejando dejando atrás las sombras que la ocultaban. Algunos pasos más provocaron que Roy terminase sentado. El dragón era tan grande como su casa y sus alas a medio desplegar ocupaban gran parte de la entrada al templo. Su piel oscura y escamosa reflejaba unos delicados destellos ámbar y granate mientras mantenía su atención por encima del niño y a su alrededor. Roy se limpió las lágrimas y se levantó. Las miradas de ambos se cruzaron entonces. La tensión allí y en la grada era palpable, faltaba un último paso.

—¿Significa que quieres venir conmigo? —preguntó entusiasmado—.

Megan terminó de llegar hasta Roy y le cogió la mano. El dragón bufó un poco de humo y bajó la cabeza hasta la altura de los niños. Permaneció quieto, observándolos. Por la otra parte, sólo podían parpadear y temblar de emoción, porque el miedo había desaparecido por completo.

—Es él —dijo con una sonrisa la pequeña sacando a todos de la tensión— ¿O ella?
—Roy la miró y sonrió también, se había dado cuenta de algo. La cargó entre sus
brazos para decirle:
—Pues te ha elegido a ti para hacer los honores, ¿sabes?

La niña observó a su hermano con sorpresa y luego duda, pero la sonrisa de éste le dio seguridad, él no le mentiría. Megan extendió el brazo hacia el dragón y éste tocó
su mano con el morro. Había aceptado quedarse con los niños, y a pesar de que ninguno de los tres sabía dónde vivirían a partir de ese momento, ya podían considerarse una unidad. Sólo el tiempo dirá si también serían una familia. Acto seguido, los aplausos estallaron en las gradas con un renovado vigor, concluyendo así una larga ceremonia de cobijo y dando paso a la nueva estación.
 

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