Carmen Bendito

Carmen Bendito

Carmen nació en el verano de 1995, llegando por la noche, bajo el calor murciano. Desde siempre, las letras le han mirado, coquetas, desde los libros. Escribe relatos cortos y poemas (sobre todo) y está con los inicios de su primera novela de fantasía. Ese es su lugar feliz, la hoja en blanco y las palabras en negro a su disposición para hacer con ellas lo que quiera.

La chica podía ver como las notas salían de su flauta y se perdían en el frío viento de Verdemar. Desde el “La” inicial, ligera como la niebla, hasta el “Do” final, tan pesado como el calor de agosto. Le gustaba interpretar aquella canción porque le transportaba hasta una época en la que nunca había estado. Además, la canción terminaba con su nombre, “Do” y ella pensaba que, a su alrededor, todo eran finales y que, aquel nombre representaba una nota tan grave, casi tan grave, como su historia. Do creía que su madre había decidido llamarla así a traición, como si el día de su nacimiento hubiese colocado sobre su cabeza una nube negra que la perseguiría toda su vida. 

Do y su madre vivían en una pequeña casa a las afueras del pueblo de Verdemar que habían heredado de una tía abuela de su padre. No eran ricas, ni mucho menos, pero tampoco vivían mal, lo suficiente como para ser felices. Habían creado una burbuja entre las dos, donde sólo ellas podían flotar. No había espacio para nadie más. 

Lo que no sabían era que, un día, las agujas del destino iban a explotar esa esfera que habían construido con tanto cariño. 

El pueblo era pequeño, con muy pocos habitantes, tampoco solía ser transitado por forasteros y ninguno de los verdemarinos jamás había salido de sus límites. Solo hubo un hombre que, hacía ya mucho, un otoño partió para no volver. 

Do, como aquel hombre, deseaba montar un día en su caballo, salir de allí temprano y no mirar atrás. Pero sabía que ese momento nunca llegaría porque no era capaz de abandonar a su madre. 

Do se sentaba cada amanecer en el porche de la pequeña casa y tocaba su flauta, era lo único que le quedaba de su padre a quien jamás conoció. Aquella mañana sonaba diferente, las notas se trababan y se retorcían entre sus dedos y cuando conseguían salir por los agujeros apenas duraban unos segundos en el aire. Era como si trataran de advertirle de que aquel día tendría que volver a enfrentarse a un final. 

El último “Do” se despidió de la vieja flauta y se evaporó, fundiéndose con el aire y con el bullicio del pueblo que ya había despertado. 

Su madre apareció de pronto y se sentó a su lado, con una manta sobre los hombros y su pelo gris despeinado. Do observó sus ojos grises, como si de tantos años mirando el mundo se hubieran cubierto de polvo. 

- Tom ha venido hace un rato con noticias del pueblo – dijo su madre a la que le encantaba enterarse la primera de todo lo que pasaba en Verdemar. Do, sin embargo, no estaba muy interesada en los cotilleos del lugar, así que levantó las cejas y, fingiendo interés, dejó que su madre continuara. 

– Dicen que, en la madrugada, ha llegado a la posada una forastera, joven y herida. 

Do miró a su madre con asombro, eso sí que era interesante.

 

 

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