Conferencia

Cesaracosta, la desconocida Zaragoza visigoda

Isabel Abenia

Cesaracosta, la desconocida Zaragoza visigoda

Introducción

Escogí la Zaragoza visigoda del siglo VII para desarrollar el argumento de una de mis novelas, titulada Erik el godo, por parecerme un momento histórico único. Con la caída del Imperio romano de Occidente, el oeste europeo se fue sumiendo progresivamente en una oscuridad cultural como no había conocido a lo largo de todo un milenio. Distintas tribus germánicas se habían hecho con el poder en la Europa occidental, provocando que el aprendizaje clásico greco-romano llegara a perderse por completo y, con él, las escuelas y la cultura. Las grandes bibliotecas de la zona Mediterránea, que contenían todo el saber de la Humanidad, fueron saqueadas o incendiadas. Además, la religión cristiana no veía con buenos ojos los dramas y las comedias paganas que se interpretaban en los teatros como forma de ocio cultural, por ello dejaron caer en la ruina los recintos donde se representaban, cosa que también supuso una crisis constructiva. Según algunos historiadores, los años que van del 601 al 700 son los menos ricos en nombres y acontecimientos destacables, con una única excepción, la Hispania visigoda, que mantuvo un esfuerzo intelectual que la hizo brillar entre el resto de los reinos. En el Bizancio oriental la situación no era tan desastrosa como en occidente, una zona vastísima donde destacó globalmente nuestra Península y quizás algunos puntos concretos de las actuales islas británicas, que produjeron hombres como Beda, maestro de Alcuino de York, cuyos escritos impulsaron el llamado renacimiento carolingio.

Ese relativo progreso de la civilización en nuestra Península se debió, principalmente, a la amalgama entre lo hispano-romano y lo visigodo, culturas que llegaron a fusionarse durante la séptima centuria de forma más o menos provechosa, siempre teniendo en cuenta las enormes limitaciones culturales del momento. Aunque san Isidoro de Sevilla, el destacado autor de las famosas Etimologías, sea el personaje más famoso de la época, hubo otros eruditos que coincidieron con él en espacio y tiempo, muchos de los cuales nacieron o residieron en nuestra ciudad; los obispos Máximo, Juan II, Braulio, Eugenio o Tajón integran las listas de los autores más notables del siglo en toda Europa. No es extraño que todos ellos fuesen obispos bibliófilos, la tímida cultura existente se concentraba en las escuelas episcopales que ellos fundaban y de las que eran maestros, los escasos libros estaban depositados en las bibliotecas monacales y las nuevas obras literarias salían de su pluma. Así pues, la Hispania visigoda se convirtió en un foco cultural en mitad de la nada, en un pequeño oasis en el que tuvo una importancia capital la ciudad de Zaragoza y su monasterio de los Innumerables Mártires.

Lamentablemente, la época visigoda es uno de los periodos más desconocidos de nuestra historia, una realidad que resulta inconcebible, aunque ya solamente sea porque el dominio de este pueblo en la Península Ibérica se extendió a lo largo de dos siglos y medio y su presencia de facto durante mucho más. Pero no únicamente por eso, sino porque desde que irrumpieron en nuestra historia, gran parte de sus leyes, creencias, organización y costumbres siguieron vigentes entre nosotros a lo largo de toda la Edad Media, hasta el punto de que, en ciertas facetas y como iremos viendo, tal repercusión ha alcanzado nuestros días. Para bien o para mal, nuestro territorio, hasta entonces una provincia romana, se convirtió con esta fusión entre ambas etnias bajo una monarquía teocrática, en un concepto de patria independiente en la que implantaron una religión común, el catolicismo, y promulgaron leyes propias que estuvieron vigentes hasta finales del medievo con el nombre de Fuero Juzgo manteniendo su vigencia hasta que el código civil del siglo XIX vio la luz. Además, los reyes que iniciaron el proceso de reconquista se creyeron continuadores del proyecto visigodo, quizás porque algunos de ellos pertenecían realmente a esta raza o, simplemente, porque habían vivido inmersos en la cultura y las costumbres godas. Antes de comenzar con este siglo, realizaremos un breve recorrido por la Zaragoza romana y posteriormente seguiremos a los visigodos durante su apasionante trayectoria hasta llegar a nuestras tierras. Es necesario analizar quiénes eran unos y otros para comprender cómo y por qué realizaron una especie de matrimonio de conveniencia que, probablemente, terminó beneficiando a ambas partes.

Nuestra ciudad antes de formar parte de los reinos visigodos

Cesaraugusta, desde su fundación como colonia inmune en el año 14 a.C. había sido una próspera ciudad romana, una urbe animada y cómoda para vivir que poseía el honor de llevar el nombre completo del emperador Octavio César Augusto. Su fundación constituyó una especie de recompensa a los veteranos de las legiones imperiales que se habían enfrentado en batalla contra cántabros y astures, la IV Macedónica, la VI Victrix y la X Gémina, para que obtuviesen tierras propias y se instalasen en ellas con la finalidad de defender el territorio. La nueva urbe se refundó sobre Salduie, una pequeña ciudad estado, de íberos sedetanos, aliada desde en el siglo III a. C con los romanos y cuya aristocracia formaba escuadrones de caballería en los ejércitos imperiales. Fuertemente romanizados, utilizaban desde el siglo I a.C el latín como lengua franca y se sometían al derecho romano. Así que puede entenderse que tanto romanos como sedetanos salieron beneficiados con la transformación. Cesaraugusta fue una ciudad importante dentro de la Hispania Citerior Tarraconense.

Según el historiador romano Plinio dependían de ella 55 pueblos y ciudades menores en primera instancia, que estarían diseminados por lo que actualmente son Aragón, Navarra o La Rioja. Una vez delimitadas sus dos vías principales con la yunta fundacional -el cardo y el decumano-, se fueron trazando sus calles menores bajo la organización ortogonal, esto es, con un sistema de cuadrículas ordenadas. El cardo es la actual calle Jaime I y el decúmano la calle Mayor, Espoz y Mina y Manifestación. Hubo dos espléndidos foros, uno porticado, de carácter administrativo y comercial en la plaza de la Seo hasta el río Ebro, y otro religioso en el ombligo, el cruce de sus dos calles principales, con espectaculares templos dedicados a Livia y Octavio y a diversos dioses. Existía una red de cloacas y sistema de alcantarillado, lujosas termas donde asearse, almacenes de cereal, una ceca para acuñar moneda, un teatro en el que se representaban comedias y dramas, y probablemente un anfiteatro y un circo de los que desconocemos su ubicación exacta. Cruzando el Íberus, había un puente de piedra y madera que portaría agua del Gállego, dado que se han hallado las tuberías de plomo que soportaba dicha estructura. Al puerto fluvial, construido a orillas del río Ebro, llegaban desde Tortosa todo tipo de mercancías procedentes de otros pueblos del Mediterráneo para abastecer el mercado de la ciudad y sus locales comerciales, prueba de ello son los siete tabernáculos hallados al este. Sus ciudadanos vivían en importantes domus, como la Casa de Orfeo, con termas privadas, esclavos y todo tipo de lujos, o bien en espléndidas villas agrarias, y eran enterrados en las tres necrópolis existentes a los lados de los caminos principales.

Dada la relevancia que va cobrando Zaragoza, y sobre todo a nivel estratégico, se construye a mediados del siglo III una enorme muralla que abarcaba 60 hectáreas de terreno -600.000 metros cuadrados, frente a las 12 de Barcelona o las 49 de Mérida-. Su altura era elevada y su espesor alcanzaba hasta 7 metros en ciertas zonas y con sus dos capas, una de piedra y un refuerzo de cemento. Poseía además ciento veinte torres semicirculares, alguna de las cuales tenía un diámetro de hasta 16 metros. De sus cuatro puertas, en cada uno de sus puntos cardinales, era principal la del Norte, construida frente al puente. En épocas de peligro estos portones se cerraban y sus torres se llenaban de arqueros, consiguiendo que la ciudad se convirtiese en una coraza inexpugnable.

A finales del siglo III, el cristianismo irrumpe en nuestra ciudad, las deidades paganas clásicas van a ser progresivamente sustituidas por la nueva fe. Los cristianos son duramente perseguidos por los emperadores romanos Diocleciano y Maximiano desde el año 303 y nuestros mártires, encabezados por santa Engracia, y posteriormente nuestros santos, el obispo Valero y su diácono Vicente, serán prendidos y sometidos a tortura. Santa Engracia era una doncella lusitana que viajaba hasta la Galia para desposarse, acompañada de su séquito; en Cesaraugusta será martirizada junto a todos ellos a causa de su fe. A Valero y Vicente se les sometió a juicio en Valencia, el primero fue desterrado y el segundo, quien hablaba en nombre del obispo al ser este tartamudo, sufrió martirio y su cuerpo desollado fue arrojado a un basurero a las afueras de la ciudad; poco después la veneración hacia su persona se extendió por buena parte de Europa.

Cuando Constantino permite la libertad de cultos, Cesaraugusta se convierte en una importante sede episcopal. El concilio de Nicea de 325 resuelve las dudas sobre ciertos temas llevados a debate y el arrianismo, considerado doctrina herética. A partir de mediados del siglo IV surge un complejo de edificaciones a partir de la capilla de las Santas Masas o de los Innumerables mártires, en el terreno que ocupa la actual iglesia de Santa Engracia. Con el tiempo contará con un monasterio, una escuela, campos de cultivo y una necrópolis cristiana cuya extensión hacia la actual plaza de los Sitios llegaría hasta orillas del Huerva. También van levantándose otras iglesias, una principal bajo la advocación a san Vicente Mártir, probablemente en la Seo actual, otra dedicada a san Millán cerca del teatro romano, una tercera a san Félix en la necrópolis occidental y probablemente una capilla de reducidas dimensiones dedicada a la Virgen María cerca del Ebro. La Iglesia cesaraugustana está ya muy consolidada en el año 380 y, al ser un lugar seguro y de fácil llegada por las múltiples vías romanas, se celebra en ella un concilio trascendental contra los priscilianistas, una secta que seguía ciertas teorías contrarias al catolicismo. Vamos a detenernos a finales del siglo IV para ver la trayectoria de los visigodos hasta este momento.

Breve recorrido por la historia de los visigodos hasta su llegada a nuestras tierras

Los godos eran originarios de Götaland, una región al sur de la actual Suecia, cuyas dos ramas fueron los visigodos y los ostrogodos. No se sabe si esta división partía ya de su Escandinavia natal o se estableció después, lo cierto es que en Suecia todavía existen dos provincias cuyos nombres son Vestrogotia, situada al suroeste, y Ostrogotia al sureste. Es muy posible que los godos siempre hubiesen sido una etnia distinta o poseído una especie de reino independiente del resto de las tribus escandinavas que los rodeaban porque, hasta hace muy pocos años, los soberanos suecos continuaban intitulándose "Por la Gracia de Dios, rey de los suecos, godos y wendos (vándalos)", haciendo referencia a una cierta diversidad étnica o geográfica entre los pobladores del país. Nada de esto se sabe con plena seguridad debido a la ausencia de textos escritos mediante alfabeto rúnico hasta el siglo II, y a partir de entonces siempre de contenido religioso o mágico, cuando en otras partes del mundo se utilizaba la escritura milenios atrás. Además, los historiadores del Imperio romano incurrieron en ciertas confusiones a la hora de escribir sobre los godos, incluso en relación a su denominación, como Estrabón, Plinio, Casiodoro o Jordanes, quien al ser un godo del siglo VI añade ciertos toques legendarios a su relato. Todo esto ha dado pie a un intenso debate entre historiadores. 

Sea como fuere y durante los tres primeros siglos de nuestra era, se sucedieron una serie de migraciones de varios pueblos del norte de Europa, probablemente en busca de un clima y unos recursos más propicios que les asegurasen mejores condiciones de vida. En aquel tiempo, media Europa pertenecía al Imperio romano y el territorio que más adelante se convertiría en Aragón era parte de una de sus provincias más grandes y florecientes, la Hispania Citerior Tarraconensis.

Los godos, que son quienes nos interesan, emigraron hacia el sureste, a los territorios de la actual Polonia, pero poco a poco fueron bajando hacia el sur del continente, hasta que durante la segunda mitad del siglo III, se establecieron en las inmediaciones del Dniéster, un río que transcurre por las actuales Ucrania y Moldavia. Desde el primer momento y como guerreros que eran, se dedicaron a realizar frecuentes saqueos y a entablar batallas en las provincias orientales del Imperio. Los romanos, siempre dispuestos a atajar enfrentamientos armados mediante productivas alianzas, terminaron concediéndoles algunas tierras fronterizas al norte del Danubio, en la Dacia, actual Rumanía, en las que establecerse como pueblo federado a cambio de apoyo militar frente a los múltiples enemigos de Roma. Así, en el siglo IV ya vemos a los visigodos aliados militarmente con los romanos por medio de un foedus, un pacto o tratado de cooperación. En realidad, los refinados romanos consideraban a los godos gentes bárbaras, incultas y violentas que más valía tener como aliados y supusieron que poco a poco irían romanizándose, de hecho así iba a ser, pero fue un proceso muy lento y nunca completo a causa de sus arraigadas costumbres germanas. Como hemos dicho, durante la cuarta centuria el cristianismo está consolidado en los países mediterráneos y un misionero de origen godo, llamado Ulfilas, tradujo la Biblia para ellos adaptando el lenguaje godo al alfabeto latino, pero siguiendo la corriente del arrianismo, ya condenada como herética desde el Concilio de Nicea. Los visigodos continúan asistiendo militarmente a los romanos contra los enemigos del Imperio, de todos ellos los más peligrosos eran los hunos y su avance era casi imparable, por lo que derrotaron con cierta facilidad a las guarniciones fronterizas ostrogoda y visigoda durante el año 376. Los visigodos que lograron huir de ellos solicitaron permiso al emperador Valente para cruzar la frontera natural del Danubio e instalarse en la Tracia de los Balcanes -actuales Bulgaria, parte de Grecia y la Turquía occidental-, petición que fue aceptada a cambio del consiguiente apoyo militar, pero unido esta vez a fuertes presiones fiscales. Los visigodos no estaban dispuestos a soportar ni tanta presión por parte de los militares romanos ni los constantes abusos de los funcionarios imperiales, por lo que su creciente descontento acabó llevándolos a un nuevo enfrentamiento, en el año 378, contra el ejército imperial romano de oriente, en la batalla de Adrianópolis. Ante el desastre que supuso esta guerra para los romanos a causa de las numerosas bajas que sufrieron, incluida la del propio emperador Valente, tuvieron que terminarla mediante un nuevo tratado que partió del emperador Teodosio.

Los visigodos comenzaron a ser conscientes de su fuerza, por lo que ya no deseaban una mayor integración o condiciones más beneficiosas por parte de Roma, sino que empezaron a ansiar el poder y la consolidación como reino independiente. En realidad, el Imperio romano comenzaba un lento declive que se hizo bien patente con su escisión a la muerte de Teodosio, en el año 395. Su hijo Honorio heredó Occidente, con capital en Milán y después en Rávena, mientras que Arcadio se hizo cargo de la zona oriental, cuya capitalidad se estableció en Constantinopla. Aunque en principio fue una decisión a nivel meramente administrativo, ya nunca fue el todopoderoso y extenso imperio de antaño, sino dos, y el occidental mucho más debilitado, por lo que Italia comenzó a sufrir invasiones por parte de los godos y de otros pueblos germánicos, además de varios intentos de usurpación del trono por militares romanos. Como en seguida vamos a comprobar, el reinado de Honorio resultó desastroso. 

El siglo V, caída del Imperio romano de Occidente e incorporación de Zaragoza al reino visigodo

En este apartado vamos a entrelazar la historia de Zaragoza con la de los visigodos en una Europa occidental ya tambaleante. El imperio romano de occidente heredado por Honorio estaba gobernado realmente por un general vándalo romanizado llamado Estilicón, cuyas decisiones no iban a ser muy acertadas. Entre ellas destacar que para luchar contra los bárbaros desguarneció las fronteras, permitiendo que vándalos y alanos cruzasen el Rin helado y se estableciesen en el sur de Europa occidental. El rey visigodo Alarico vio una oportunidad única de materializar sus deseos y comenzó a invadir diversos territorios de la península italiana, primero en 401 y después durante el año 410, aprovechando la gran inestabilidad de un trono imperial rodeado de usurpadores, como el emperador Constantino y su hijo Constante, quien se encuentra en 408 en la ciudad de Zaragoza con su esposa y sus tropas al mando del general Geroncio. Así, el ejército visigodo, al mando de Alarico, entró en la ciudad de Roma a lo largo de esa segunda invasión a la península italiana, y la sometió a un terrible saqueo durante el mes de agosto del 410 que marcó profundamente la mentalidad romana.

Alarico murió aquel mismo año a causa de las fiebres y fue sucedido en el liderazgo por su cuñado Ataulfo, quien ayudó al emperador Honorio contra otro usurpador llamado Jovino para ganar la generosa recompensa imperial, que consistiría en la posibilidad de establecerse con sus hombres en la rica zona de Aquitania, al sur de la Galia. Ataulfo estaba en posesión de un rehén muy especial, la hermana del emperador llamada Gala Placidia y decidió emparentar con la familia imperial a través de ella. Ataulfo y Gala Placidia se casaron en Narbona en el año 414 según el rito romano, pero los recién casados y toda su Corte se vieron obligados a atravesar los Pirineos para refugiarse en la Hispania Tarraconense de los ejércitos de Honorio, estableciéndose temporalmente en Barcino, la actual Barcelona, ciudad donde nació el primogénito de la pareja. El niño falleció a los pocos días de vida, y poco después también el padre, el rey Ataulfo, quien fue asesinado en las caballerizas de Barcino.

Desde ese momento, la presencia visigoda intermitente en Hispania será una realidad, aunque la Corte se establece en los territorios galos de Aquitania, recibidos como regalo de Roma, comenzando así el periodo histórico que se ha denominado Reino visigodo de Tolosa, la actual Toulouse francesa. Bajo los reinados de Walia y Teodorico, y en colaboración con Roma, los visigodos irán aniquilando a aquellos pueblos bárbaros que habían cruzado el Rin y estaban asentados en nuestras tierras desde principios del siglo V, como los vándalos de la Bética y a los alanos de la Lusitania, respetando únicamente a los suevos como futuros aliados. Una vez en poder de un territorio propio, los diversos monarcas no son ya solo aliados a las órdenes de Roma, sino reyes en el sentido amplio del término, por lo que Teodorico no actuó únicamente en alianza con los romanos, sino por propia iniciativa, hasta el día de su muerte en 453 durante una batalla contra los hunos de Atila. En esa época también en nuestra península la situación es convulsa, el auge de las revueltas de los bagaudas -bandidos de origen heterogéneo, muchos de ellos campesinos empobrecidos, que se levantaban contra la opresión romana- llevaron a una serie de graves enfrentamientos militares en las actuales Tarazona, donde dieron muerte a la guarnición visigoda, y Zaragoza, zona que saquearon en connivencia con los suevos. Como la provincia Tarraconense era de gran importancia para el Imperio, los ejércitos romano y visigodo actuaron conjuntamente para atajar el problema, acabando con el movimiento bagauda en el año 454.

Después entra en la escena política del reino galo el gran Eurico, un rey legislador cuyo afán de expansión le llevó a tomar múltiples territorios de las Galias e Hispania hasta convertir el reino de Tolosa en el más grande e importante de Occidente. En el año 472, Eurico envió a uno de sus condes llamado Gauterico para incluir en su reino las ciudades de Pamplona y Zaragoza y, dos años más tarde, a otro de sus hombres a tomar Tarragona. En esa situación, ya de pleno dominio visigodo en nuestro territorio y dependiendo del Reino galo de Tolosa, llegamos a la fatídica fecha de 476, año de la caída del Imperio romano de Occidente y, para la mayoría de los historiadores, comienzo de la Alta Edad Media.

El comienzo de la decadencia del Imperio romano se había hecho patente en Hispania a principios del siglo V. La riqueza disminuye con las crisis económicas, los ciudadanos más adinerados se desplazan al campo para establecer verdaderos latifundios -como Montañana, Cariñena o villa Fortunatus en Fraga- y en las ciudades ya no se invierte tanto en infraestructuras ni en nueva construcción, muestra de ello es la desaparición de gran cantidad de ellas, como Los Bañales y Bílbilis, cerca de Calatayud. Pero nuestra urbe, y con ella Tarazona o Huesca, continúa poseyendo esplendor e incluso ha superado en importancia a Tarragona. Cuando Eurico toma la Cesaraugusta romana, ya era bien conocida por los visigodos. Durante todo el siglo V y en sus incursiones como pueblo federado de Roma, habían pasado infinidad de veces por sus vías, habían contemplado sus poderosas murallas y la fertilidad de las tierras de cultivo que la rodeaban, gracias a los ríos que las regaban. Era un punto estratégico único en el que se domina todo el valle del Ebro, río que conecta con la ciudad de Tortosa dando acceso al mar, además queda cerca de la Galia y por los caminos que parten de ella se puede llegar a varias ciudades romanas, como a Valencia y a Mérida pasando por Toledo. Cesaraugusta es famosa, el poeta Prudencio la ha idealizado diciendo que es la mejor de todas las ciudades de Hispania por su paisaje, sus delicias y las sepulturas de sus mártires. Saben que en 408 el hijo del coemperador Constantino III, Constancio, la había elegido para alojar a su esposa y a parte de su ejército, y que, en 460, Mayoriano, el último emperador que intentó restaurar el Imperio occidental, también se había alojado en ella, hechos que probaban la excelencia de la ciudad como alojamiento para familias imperiales o tropas militares. Probablemente por la guarnición visigoda instalada en nuestra ciudad desde la revuelta de los bagaudas, los líderes visigodos saben que Cesaraugusta es una urbe rica que a mediados de este siglo todavía restaura su teatro y sus poderosas murallas se han convertido en legendarias. La abundancia de la que goza hasta el siglo VI se documenta en los juegos circenses que se llevan a cabo en el año 504, hecho mencionado en los cronicones y muy debatido por los historiadores por constituir una rareza en aquella época. Esta riqueza se debe a un factor determinante, la fuerza de la Iglesia hispana y la labor de curiales o recaudadores de impuestos en manos de los obispos, quienes proceden de la rica aristocracia romana y responden con su propio peculio si la recaudación ha sido escasa.

Desde finales del siglo V los visigodos entran masivamente a nuestra península empujados hacia el sur por un pueblo mucho más primitivo que desea establecerse en las Galias: los francos. Los que se instalan en nuestro territorio son de dos tipos: la élite dominante, los aristocráticos senniores ghotorum, quienes mantienen gran orgullo étnico y viven conforme a tradiciones germánicas muy antiguas y aquellos que pertenecen a un estatus social inferior, mucho más numerosos, de origen germano heterogéneo y dedicados a labores agrícolas o metalúrgicas. Como la importancia estratégica de nuestra ciudad sigue siendo indiscutible, la presencia de la milicia goda es constante a partir del año 494 con los primeros ataques de los francos, los guerreros de raza germánica y religión arriana no agradan demasiado a parte de los cesaraugustanos. Pero se suceden dos advertencias que acaban disuadiéndoles de actuar contra ellos, según la crónica cesaraugustana, el primero es el escarmiento a un levantisco llamado Burdunelo, quien fue llevado a Toulouse y cocido vivo dentro de un toro de bronce; el segundo fue la muestra pública, en Cesaraugusta y durante el año 506, de la cabeza decapitada de un tal Pedro, un hispanorromano capturado en Tortosa tras haber intentado rebelarse contra ellos. Algunos historiadores defienden la teoría de que los ludi circenses del 504 fuesen algún tipo de celebración relacionada con este Pedro, quien quizás hubiese sido prendido dos años después de haberse nombrado líder político de la resistencia contra los invasores, ya que la crónica cesaraugustana lo califica de tyrannus. Probablemente deseaba ser homenajeado según el ritual practicado en el Imperio romano oriental. Otros autores, sin embargo, creen que los juegos bien pudieron celebrar la presencia de Alarico II en nuestra urbe. 

Al mando de su rey Clodoveo, los francos avanzan conquistando territorios y enfrentándose a los ejércitos visigodos hasta la decisiva batalla de Vouillé del año 507, en la que los derrotan, matan a su rey legislador Alarico II e invaden gran parte del reino galo de Tolosa. Los visigodos, con la ayuda de los ostrogodos de Italia, logran conservar la Septimania y sus territorios en Hispania y, al pertenecer Zaragoza al reino galo visigodo, penetran en nuestra ciudad desde el año 494 como grupo dominante. A la muerte de Alarico II por los francos, le sucede su hijo ilegítimo Gesaleico, quien, según san Isidoro, es vil por su origen y de una incapacidad y desacierto extremos, y se establece en nuestra península con toda su Corte y ejércitos. Muerto en batalla en el año 511 por el rey ostrogodo Teodorico el Grande, quien actúa de regente en nombre de su nieto Amalarico, portador de sangre de ambas etnias y con mejor derecho que el bastardo, une Hispania a sus territorios, gobernándola hasta el día de su muerte. El siguiente rey de los visigodos en Hispania, Teudis, era en realidad un general ostrogodo de Teodorico, por lo que puede afirmarse que la supremacía ostrogoda duró desde 511 hasta el 549, año en que el visigodo Agila I fue nombrado rey. Este no pudo impedir la conquista bizantina de la Bética a través del estrecho de Gibraltar, situación que propició la revuelta del noble visigodo Atanagildo y su ascenso al trono. La importancia de nuestra ciudad provoca que durante el año 541 sea sitiada durante cuarenta y nueve días por el ejército franco, a las órdenes de los reyes Clotario y Childeberto acompañados por sus hijos, y que tal asedio se convierta en legendario. Ante la visión de los imponentes muros de Cesaracosta, nombre que aparece en las monedas visigodas, los francos se dan cuenta de que nunca lograrán rendirla por las armas, con lo que deciden hacerlo por el hambre. Cuenta Gregorio de Tours, en su Historia de los francos que los cesaraugustanos comenzaron a dar vueltas por la muralla, portando cilicios, entonando salmos y exhibiendo la milagrosa túnica de san Vicente Mártir. Las mujeres los seguían llorando, vestidas de negro, con el pelo suelto y la cabeza cubierta de ceniza, "como si hubiesen de asistir a los funerales de sus hombres". Los supersticiosos asediantes pensaron que se trataba de algún maleficio hasta que capturaron a un labrador para que les explicara que estaba ocurriendo. Childeberto, lleno de temor y comprobando que el largo asedio no minaba su ánimo y fuerzas, pactó con nuestro obispo que acabarían con el asedio a la ciudad a cambio de la entrega de la reliquia. El franco cumplió su palabra y regresó a París con la túnica, construyendo una iglesia para depositarla que, con el tiempo, se convertiría en la famosa abadía de Saint-Germain- des-Prés, templo que todavía se encuentra bajo la advocación de nuestro santo diácono. Las consecuencias para Zaragoza fueron nefastas durante unos años, una epidemia de peste en 542 y la destrucción de tierras de cultivo en el valle del Ebro provocaron una crisis económica que repercutiría en las edificaciones e infraestructura de la urbe. Pero se recupera del desastre y poco a poco irá convirtiéndose en una ciudad, de nuevo, floreciente. Fue en 555 cuando se estableció la capitalidad del reino visigodo en la ciudad de Toledo siendo rey Atanagildo, pero ni este ni los monarcas que le sucedieron fueron capaces de echar a los bizantinos del sur de Hispania durante tres cuartos de siglo. Muerto Atanagildo, los nobles visigodos de Septimania y los de la Península no se pusieron de acuerdo en nombrar a un sucesor, por lo que ambos territorios quedaron temporalmente gobernados por dos monarcas distintos, Liuva I y Leovigildo. A la muerte del primero, el famoso monarca legislador Leovigildo quedó como gobernante único y a él se deben muchos cambios en Hispania, una importante expansión territorial que absorbió al reino suevo, la implantación de un código o cuerpo de leyes que equiparaba los derechos de visigodos e hispanorromanos o la introducción de los símbolos del poder real que adoptarían todos los reinos europeos, cetro, corona y trono. Isidoro cuenta como Leovigildo convenció a nuestro obispo Vicente II para que se convirtiera al arrianismo, doctrina cristiana practicada entonces por los visigodos que rechazaba el dogma de la Trinidad. Fue un hecho escandaloso, ya que la única sede episcopal importante que mudó de creencia fue Zaragoza. A la muerte de Leovigildo en 586 le sucedió su hijo Recaredo, convirtiéndose la Hispania visigoda en una monarquía teocrática que abandona el arrianismo y establece el catolicismo como religión única de la patria visigoda durante el III concilio toledano en 589. Otro concilio, celebrado en Zaragoza durante el año 592 y bajo el obispado de Máximo, resolvió los múltiples problemas que conllevaba el cambio doctrinal.

El trascendental siglo VII en Zaragoza y sus autores destacados

El siglo VII se inicia con la muerte de Recaredo y varios reyes visigodos de menor importancia se suceden en el poder. Pero esta centuria va a ser brillante en nuestra Península y especialmente en nuestra ciudad, sobre todo durante los reinados de Chindasvinto y Recesvinto, a causa de los egregios personajes que vivieron en ella.

Sin duda, la séptima centuria es muy especial para nuestra ciudad. San Isidoro se hace eco de las palabras de Prudencio y considera a Cesaraugusta ciudad brillante y destacada, "la más insigne de todas las ciudades de Hispania por su paisaje y delicias, y la más preclara e ilustre por las sepulturas de sus santos mártires", convirtiendo a Zaragoza en referencia y tópico para los habitantes de la Europa medieval. Quizás de ahí, además de por su ubicación estratégica, parta la enfermiza obsesión de los francos por nuestra ciudad, ya que primeroClotario y Childeberto, luego Froya y ya Carlomagno en el siglo VIII, han querido hacerla suya.

El sevillano no solo se hace eco de la sentencia prudenciana, sino que añade en sus escritos unos ideales visigodos de Hispania como un reino unitario, con leyes y religión comunes, que desde entonces será la católica patria goda. Siendo las obras de Isidoro una referencia única durante todo el medievo, no es de extrañar que nuestros reyes posteriores, muchos de ellos descendientes de visigodos, tengan en mente ese ideal de unidad territorial y religiosa que les impulsará a iniciar la reconquista de los territorios invadidos por los musulmanes.

A finales del siglo VI y durante todo el VII van a aparecer una serie de personajes eclesiásticos doctísimos cuya relevancia va a ser fundamental para que Zaragoza alcance un esplendor solo comparable a Toledo, Sevilla o Mérida. Hay que entender que los obispos no ejercían solamente funciones eclesiásticas sino también civiles, de índole económica y judicial, e incluso militares, como ya hemos visto en el asedio de los francos, que muchas veces compartían con el conde de la ciudad. De los monasterios construidos extramuros de las ciudades se sacaban abundantes rentas que posteriormente se reinvertían en mantenimiento e infraestructuras y las escoltas de unos y otros constituían las guarniciones y brazos armados en momentos de conflicto.

El obispo Máximo, quien estuvo al frente de la Iglesia cesaraugustana hasta el año 619, fue probablemente el autor de la Chronica Caesaraugustana, según menciona Isidoro de Sevilla en su obra titulada Varones Ilustres y que probablemente él mismo utilizó como documentación para escribir su Historia de los godos. Lamentablemente, la crónica está hoy perdida, pero sus mínimos restos han sobrevivido como 35 anotaciones marginales en obras de otros cronistas, como las de Víctor de Tunnuna o Juan de Biclaro. Abarca la historia de los acontecimientos acaecidos desde el año 450 al 568 y a finales del siglo XIX el medievalista alemán Theodor Mommsen las publicó.

A la muerte de Máximo, nuestra sede episcopal fue ocupada por el que había sido hasta entonces abad del monasterio de los Santos Mártires, Juan II. Este nuevo obispo es considerado por sus contemporáneos un hombre dotado de gran erudición, generoso, caritativo y de agradable semblante, según san Ildefonso, pero que prefería predicar con la palabra antes que plasmarla en textos. Sin embargo, fue un apasionado bibliófilo y especialista en cómputo, la exactitud para determinar las fechas en las que debían celebrarse fiestas católicas; pero sobre todo fue músico y por sus cánones y composiciones eclesiásticas, es considerado uno de los grandes compositores de la época visigoda. 

Y en 631 llegamos a un momento culminante en la historia de nuestra ciudad, la sucesión del obispo Juan por su hermano, el gran Braulio de Zaragoza, nuestro santo e intelectual de tan preclaro seso que solamente puede ser comparable al propio san Isidoro.

Juan y Braulio eran hijos de una mujer noble y de Gregorio, quien también había sido obispo en Osma, y tenían dos hermanas y al menos otro hermano que igualmente pertenecían al mundo eclesiástico. La abundante correspondencia que Braulio mantuvo con las mayores personalidades del siglo, el papa, reyes, nobles y obispos, nos ha proporcionado un conocimiento más sutil de los entresijos políticos y sociales del mundo visigodo. Todo el reino contaba con él para cualquier asunto y en todos estuvo presente su ingenio durante la primera mitad de la centuria.

Él fue quien sugirió, ordenó, estructuró y escribió la Praenotatio de los veinte libros de las famosas Etimologías, que llegaron a convertirse en el texto escolar utilizado durante siglos de las llamadas siete artes liberales. Ni más ni menos, él fue quien convenció a su maestro y amigo sevillano para escribirlas y, a su vez, Isidoro confió en Braulio para organizarlas en capítulos y corregirlas. En las cartas que se intercambian, Braulio insiste enconadamente en que las escriba, a veces hasta siendo algo arisco en sus protestas.

También compiló las importantes leyes de Recesvinto, las cuales perdurarían durante toda la Edad Media con el nombre de Fuero Juzgo, continuando vigentes en muchas zonas de España hasta la promulgación del código civil en el siglo XIX. Hay que destacar el contenido de las cartas que nuestro sabio intercambiaba con el propio monarca visigodo, en ellas se queja del desorden e inexactitud de los borradores y del mucho tiempo que le va a costar corregirlos.
Recesvinto, con paciencia infinita y agradecimiento extremo, elogia su labor.

Pero a su vez, Braulio fue autor de textos originales, escribió la Vida de san Emiliano, san Millán de la Cogolla, además de un himno al mismo santo que se considera el poema más sobresaliente de la época visigoda. A él se atribuyen otras obras, como por ejemplo las Actas de los Mártires cesaraugustanos, pero como no existe certeza absoluta es preferible no desarrollarlas. De todas formas, su fino estilo se hace bien patente en las 44 cartas que de nuestro obispo se conservan, algunas de importancia impagable para entender la situación de mediados del siglo VII en Europa. Su erudición atraía a nuestra ciudad a los personajes más relevantes de la Península, como el mismísimo san Eugenio, quien se convertiría en arzobispo de Toledo y por tanto en cabeza de la Iglesia hispanovisigoda y que dejó su Toledo natal para estudiar en la escuela de la que Braulio era maestro y que contaba con una importante biblioteca; un armarium con alrededor de 450 obras tanto religiosas como clásicas romanas, iniciada por Juan y acrecentada por Braulio, una cantidad que hoy parece ridícula, pero que constituía un tesoro sin igual en toda la Europa altomedieval. Parte de los conocimientos que hoy tenemos sobre la vida del santo se los debemos a unos carmina en su honor escritos por el propio Eugenio. Diría de él san Fructuoso, desde la costa atlántica de Hispania que hoy pertenece a Portugal, que sus oídos se deleitaban con la profunda actividad y la inagotable ciencia con las que Braulio ennoblecía Zaragoza. Muchos de los obispos de Hispania le solicitaban códices que copiaban los amanuenses del scriptorium del monasterio; él, a su vez, pedía otros y en ocasiones los exigía con premura, quejándose del precio que tenía el vellum o pergamino. Algunos historiadores le consideran altivo y pomposo a la hora de expresarse, peropersonalmente no estoy del todo de acuerdo, su léxico pertenecía al estilo culto de la época y su fuerte personalidad puede confundirse con prepotencia. 

Alumno suyo fue Eugenio de Toledo, quien fue llamado por Chindasvinto para ser el primer arzobispo de Hispania de 649 a 657. De estirpe goda, se fue de su ciudad natal para estudiar junto a Braulio de Zaragoza, atraído por la fama de nuestra ciudad como foco cultural. Fue arcediano de nuestro obispo, además de autor de 103 poemas, teólogo, músico y, ya ostentando el arzobispado, maestro de san Ildefonso.

También Tajón, aquel que le sucedió en el obispado de Zaragoza, un personaje de gran relevancia por su aportación a la literatura visigoda y la conservación de las cartas de su maestro. Tajón fue encomendado por Chindasvinto a viajar a la sede papal para copiar las obras del papa Gregorio Magno, las Moralia in Iob. De su propia autoría son las Sententiae, obra redactada en 653 en cinco libros y dedicadas al obispo Quirico de Barcelona mientras Froya está atacando Zaragoza y donde el teólogo comenta la Biblia y expone los puntos trascendentales del cristianismo y las vías para que el católico se aleje del pecado. Este viaje a Roma se convertiría, con el tiempo y en parte de Europa, en un relato fantástico durante la plena Edad Media. Al parecer estaba obsesionado por ciertas cuestiones teológicas y quería respuestas, sobre todo en lo concerniente a la reabsorción de la sangre en el momento de la resurrección, en una ocasión el propio Braulio le aconseja ser prudente y humilde y "no querer saber demasiado".

Todo este apasionante entorno del siglo VII se plasma en mi novela titulada Erik el Godo, única hasta el momento, que trata el mundo visigodo en la ciudad de Zaragoza.

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