Isabel Díez Cabanes

Isabel Díez Cabanes

Isabel es una estudiante y aspirante a escritora. Desde muy joven ha estado interesada en la literatura, gracias a su familia, que le enseñaron a disfrutar de una buena lectura. Con el paso de los años este interés tomó dirección hacia la escritura. Tras encontrar a su compañera de aventuras, Cristina Redondo, ahora trabajan a cuatro manos en todas las ideas que se les pasan por la cabeza. Actualmente tiene un relato publicado en lektu “Un billete solo de ida” y están trabajando en futuros proyectos que esperan que lleguen a ver la luz.

Premisa: Después de leer una profecía que cambiará su vida, un aprendiz de apicultor resuelve un asesinato de hace 10 años

 

-¡Me cago en…! - dijo Mauricio. 

Se conocía esos montes como la palma de su mano, había paseado por allí miles de veces, y pasaba todos los días de camino a la granja de abejas. Incluso ese verano había limpiado los caminos para evitar que las zarzas le hiciesen heridas en las piernas. Y aún así se había caído en el mismo que Joaquín lo hizo hace 15 años, justo en el mismo sitio en el que le vio por última vez. Iba corriendo como él, escapando de aquella voz, de aquella sombra que vieron en su excursión, la que les había dicho lo mismo que él acaba de escuchar: “Este monte os dio la vida y este monte os la quitará”. 

 

La vegetación ya no estaba tan exuberante como en aquel entonces, todo lo verde era ahora amarillo, y solo con acariciar las plantas muchas de estas se rompían, como si supieran lo que le esperaba a aquel pueblo. Mauricio pensaba que se debía a la polución, culpaba a la nueva fábrica de plástico, la que le había dado trabajo a muchos de sus amigos, pero para él para lo único que había servido era para envenenar su tierra.

 

Pero no solo había cambiado el monte, él era otra persona completamente diferente. Tanto por dentro como por fuera. Los árboles y matorrales ya no le suponía una especie de laberinto, ahora podía ver por encima de ellos. Cuando había subido había vacas, ahora habían desaparecido.  Pero desde el suelo solo veía las pequeñas hormigas que correteaban entre la tierra y la gravilla, en dirección contraria a él, como si ellas también huyeran de algo. Y en el mismo suelo en el que él estaba acostado, reparó en unos surcos bien marcados. Cualquiera que no conociera la fauna local pensaría que eso lo había hecho un animal, pero él, que había trabajado con los forestales, sabía que era imposible. Pero en cuanto se vió obligado a clavar sus uñas en el mismo lugar con fuerza, se dio cuenta de qué Joaquín había estado en esa misma situación. 

 

Mantente informado

Suscríbete a nuestra newsletter y mantente informado de las actividades y eventos de Fundación Ibercaja.